“Estado de Sitio” (1996) es un thriller político de Michael Mann que, más de tres décadas después, sigue resonando con una inquietante relevancia. La película no se limita a contar una historia de secuestro, sino que se sumerge en la complejidad de la geopolítica latinoamericana de los años 90, utilizando la intriga criminal como un vehículo para examinar el poder, la corrupción y la manipulación. Mann, maestro en la creación de atmósferas tensas, construye una sensación constante de incomodidad que permea cada escena, una atmósfera que se nutre de la lluvia torrencial de Miami y de la opulencia oculta detrás de las fachadas de lujo.
La dirección de Mann es impecable. El ritmo pausado, que a menudo se aproxima al tedio deliberado, es crucial para la construcción del suspense. Mann no se apresura a revelar sus cartas; en cambio, se dedica a observar, a registrar los detalles, a crear una sensación de anticipación que se acumula hasta el clímax. La cinematografía es magistral: el uso de encuadres amplios, la iluminación que separa y conecta a los personajes, y la utilización del movimiento de cámara, especialmente el famoso movimiento en el interior del helicóptero, son elementos que contribuyen a la sensación de claustrofobia y peligro. Es evidente que Mann busca evocar la imagen de un mundo de espías y operadores de la sombra, y en ese sentido, lo consigue con brillantez.
El elenco es, en general, excelente. Sean Connery, como el cónsul estadounidense, aporta una presencia imponente y un aire de autoridad cansada. Martin Sheen, en el papel del “experto en comunicaciones”, interpreta a un hombre cuya ambigüedad moral es fundamental para la trama. El personaje de Dwight Schultz, como el jefe de la banda, es igualmente memorable, mostrando una mezcla de brutalidad y vulnerabilidad que lo hace a la vez amenazante y trágico. Pero, sin duda, el corazón de la película reside en la interpretación de James Woods como el protagonista, Philip M. Santore. Woods transmite la angustia y la desesperación de un hombre atrapado en un juego que no comprende, un hombre que, a pesar del peligro, se aferra a la esperanza de volver a ver a su familia. Su actuación es la que otorga mayor peso emocional a la narrativa.
El guion, adaptado de un artículo de revistas de la época, es, quizás, el elemento más problemático de la película. Si bien la premisa es intrigante, la trama se desarrolla con cierta lentitud y la explicación de las motivaciones de los personajes no siempre es clara. Algunos diálogos pueden parecer artificiales y el ritmo deliberado, aunque efectivo para generar tensión, puede resultar agotador para el espectador. Sin embargo, la película logra mantener el interés a través de la construcción gradual del suspense y la exploración de temas complejos como la corrupción, el nacionalismo y la violencia política. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que plantea preguntas sobre la responsabilidad individual y el impacto del poder en la vida de las personas. La inclusión de tomas de archivo reales añade una capa de autenticidad y realismo a la narrativa, sumergiendo al espectador en la atmósfera de los acontecimientos.
En definitiva, “Estado de Sitio” es un thriller político provocador e inquietante que, aunque no sea una obra maestra cinematográfica, merece la pena ser vista por su capacidad para evocar el espíritu de una época turbulenta y por su exploración de temas relevantes que siguen siendo relevantes en la actualidad.
Nota: 7/10