Everything Must Go (2011)

“Everything Must Go” no es un melodrama fácil ni un drama de rehabilitación convencionales. Es, en su lugar, una meditación melancólica sobre el arrepentimiento, la pérdida y la dificultad de reconstruir una vida después de haberla destrozado por completo. La película, dirigida con delicadeza por Sam Levinson, no busca la grandilocuencia, sino la honestidad brutal del momento presente. Nos presenta a Nick, interpretado magistralmente por Robert Daniels, un hombre consumido por el alcohol que se ve repentinamente abandonado a su suerte tras una recaída. El golpe es instantáneo, desolador y, a la vez, sorprendentemente realista. No se nos ofrece un héroe heroico, sino un hombre roto, perdido y luchando por encontrar un punto de anclaje en medio del caos.

La dirección de Levinson se distingue por su estilo visual contemplativo. Evita los cortes rápidos y el sonido estridente, privilegiando la lentitud y la atmósfera. La fotografía de Autumn Bjurfelt es sublime: los colores apagados del jardín y la casa reflejan la desesperación de Nick, mientras que los momentos de claridad, como sus recuerdos fugaces, están envueltos en una luz dorada casi irreal. La banda sonora, minimalista y evocadora, acentúa la sensación de soledad y vacío. No obstante, la película no se queda en la mera estética. El director, ya conocido por su trabajo en ‘Euphoria’, logra transmitir la carga emocional de la historia sin recurrir a clichés ni sentimentalismos excesivos. Se centra en los detalles: la acumulación de objetos, los pequeños gestos, los silencios incómodos entre Nick y sus amigos.

La actuación de Robert Daniels es, sin duda, el corazón de la película. Logra capturar la vulnerabilidad, la desesperación y la humillación de Nick con una sutileza impresionante. Su interpretación no busca la grandilocuencia, sino la honestidad cruda de un hombre que intenta desesperadamente encontrar un sentido a su existencia. A su lado, Natasha Lyonne ofrece un soporte igualmente válido, aportando una mezcla de cinismo y compasión a su personaje, una amiga que intenta ayudar a Nick a levantarse, aunque con una dosis considerable de sarcasmo. El resto del elenco secundario cumple con creces, contribuyendo a la construcción de un mundo realista y lleno de matices.

El guion, adaptado de la novela de Curtis Sittenfeld, es probablemente la parte más delicada de la película. Evita los caminos más obvios de la historia de rehabilitación, enfocándose en la reconstrucción de una identidad después de haberla perdido. La película no ofrece respuestas fáciles ni soluciones mágicas. Más bien, se plantea preguntas difíciles sobre el arrepentimiento, la responsabilidad y la posibilidad de redención. Aunque el ritmo es deliberadamente pausado, la película mantiene una gran tensión emocional. La sensación de abandono y la incertidumbre sobre el futuro de Nick te acompañan durante todo el metraje. En definitiva, “Everything Must Go” es una pequeña joya cinematográfica que invita a la reflexión y que permanecerá en la memoria del espectador por mucho tiempo.

Nota: 7/10