“Exorcismo en Connecticut” (2023) de Michael Mohan es una película que, en lugar de buscar la grandilocuencia de los clásicos del género, opta por un terror psicológico lento y metódico que, a pesar de no ser para todos los públicos, logra generar una atmósfera inquietante y, en definitiva, memorable. La película se aleja de la típica fórmula del “slasher” y se sumerge en la angustia familiar y la progresiva desintegración de la cordura ante lo inexplicable. La trama, centrada en la familia Campbell, se construye alrededor de la llegada a una casa histórica que, desde el principio, irradia un aura sombría, no por su arquitectura ostentosa, sino por su pasado turbulento como antiguo lugar de enterramientos. Este elemento, sutilmente introducido y constantemente presente, funciona como un catalizador de la historia y un reflejo de la fragilidad emocional de los personajes.
La dirección de Mohan es, quizás, el elemento más destacable de la película. La cámara a menudo se mantiene observadora, casi como si fuera un espectador silencioso, capturando los momentos de tensión y la gradual erosión de la normalidad. El uso de la luz y la sombra es particularmente efectivo para crear un ambiente de pesadilla, y las escenas nocturnas, en especial aquellas que involucran a la hija adolescente, Anna, son visualmente impactantes y perturbadoras. Mohan no se apresura en mostrar los fenómenos sobrenaturales; en cambio, permite que la incertidumbre y la duda sean los motores principales de la tensión, dejando que el espectador interprete los sucesos y se cuestione la realidad de lo que está presenciando. Este enfoque, aunque requiere paciencia, recompensa al espectador con una experiencia más auténtica y perturbadora que una serie de sustos fáciles.
El elenco ofrece interpretaciones sólidas. Dominique Curr como Sarah Campbell transmite con maestría la desesperación y el miedo creciente de una madre que ve a su hijo morir y a su familia invadida por fuerzas malignas. La actuación de la joven Katie Noonan como Anna es especialmente destacable. No se reduce a un rol de víctima pasiva, sino que evoluciona a lo largo de la película, mostrándonos su terror, su confusión y, finalmente, su determinación de enfrentarse a aquello que la acecha. Aunque el resto del reparto ofrece desempeños competentes, las interpretaciones de Curr y Noonan son las que realmente capturan la esencia de la historia y que, en última instancia, le dan peso dramático.
En cuanto al guion, “Exorcismo en Connecticut” es honesto en su ambigüedad. No busca respuestas fáciles ni explicaciones lógicas. Si bien la película se adhiere a la estructura de una historia de posesión, el origen de las fuerzas oscuras que atormentan a la familia se deja deliberadamente abierto a la interpretación. Esto no necesariamente es una debilidad; en lugar de ofrecer una conclusión satisfactoria, la película se centra en el impacto emocional de los eventos y en la lucha por la supervivencia de la familia. La ambientación histórica y la atmósfera gótica contribuyen de manera significativa a la credibilidad de la trama y a la sensación de que realmente se encuentran atrapados en una entidad maligna.
A pesar de su ritmo pausado, “Exorcismo en Connecticut” logra mantener el interés del espectador y ofrece una experiencia cinematográfica única. No es una película para aquellos que buscan acción y sustos constantes, sino para aquellos que prefieren una historia de terror más reflexiva, inquietante y que, en última instancia, explora los límites de la cordura y la fe. Es una película que se queda contigo mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar.
Nota: 7/10
