“Extraña seducción” es una película que se aferra a su premisa perturbadora con una tenacidad casi enfermiza, y aunque logra generar tensión constante y un aura de inquietud innegable, finaliza con una resolución que resulta decepcionantemente simplificada. Dirigida por Michael Winterbottom, la película se centra en la escalada de obsesión de Daniel (Domhnall Gleeson), un guionista de una cadena televisiva, hacia la presentadora de televisión Sarah (Claire Foy). Desde el principio, se establece una clara dinámica de poder asimétrica, donde Daniel, con su mirada intensa y persistente, intenta romper las barreras establecidas por Sarah. La película no se centra tanto en el drama romántico, sino en la lenta y metódica erosión de la libertad y la seguridad de la protagonista.
La dirección de Winterbottom es, como suele ser habitual en su filmografía, minimalista y enfocada en la atmósfera. Se evita el melodrama explícito, optando por un lenguaje visual sutil pero efectivo. El uso de la cámara, a menudo colocada en ángulos bajos, contribuye a la sensación de vulnerabilidad que Sarah experimenta. Las escenas de acecho, las miradas robadas y las interacciones aparentemente casuales se construyen con meticulosidad, incrementando la sensación de incomodidad y de que algo terrible se avecina. No obstante, a veces esta estrategia se vuelve un poco repetitiva, perdiendo un tanto el impacto que podría haber tenido.
Las actuaciones son, en su mayoría, sobresalientes. Domhnall Gleeson ofrece una interpretación magistral como Daniel. No se trata de un villano caricaturesco, sino de un hombre aparentemente normal, incluso afable, que sucumbe a una obsesión que lo consume por completo. Su mirada, a menudo desprovista de emoción, es el elemento más inquietante de la película. Claire Foy, por su parte, transmite la creciente angustia y el miedo de Sarah con una sutileza y una intensidad impresionantes. La tensión entre ambos actores es palpable, y su interacción es el corazón de la película. La película también cuenta con un pequeño pero efectivo papel por parte de Paul Glaser como el jefe de Daniel, quien añade una capa adicional de ambigüedad moral.
El guion, aunque inicialmente prometedor, tiene algunas fallas. La construcción del personaje de Daniel es particularmente problemática. Si bien Gleeson logra dar vida a la complejidad de su obsesión, la película no explora suficientemente las posibles raíces de su comportamiento. Se presenta un retrato bastante superficial de sus motivaciones, lo que hace que su transformación en un peligro potencial se sienta un poco abrupta. Además, el clímax, aunque visualmente impactante, resulta algo anticlimático y poco satisfactorio. Se resuelve de una manera que, en última instancia, parece simplificar demasiado la implicación moral de la situación. La película parece temer abordar las consecuencias reales de la obsesión, optando por una conclusión más cercana a la estética del thriller psicológico que a la reflexión profunda sobre la naturaleza del deseo y la violencia.
Nota: 6.5/10