Falsa identidad (2001)

“Falsa Identidad” de Steven Soderbergh es, en su esencia, una película que te obliga a jugar con tu percepción, una joya de suspense psicológico que, aunque no es un thriller al uso, deja una huella inesperada y que, a pesar de sus virtudes, no alcanza la perfección.

La premisa, aparentemente sencilla, esconde una complejidad narrativa que Soderbergh aborda con maestría. La historia se centra en Frank Morrison, interpretado con una intensidad palpable por John Travolta. Frank, un hombre aparentemente anodino, se ve catapultado a una situación vertiginosa cuando, tras un asalto que no recuerda haber presenciado, comienza a experimentar episodios de confusión y, lo más impactante, a asumir la identidad de otro hombre, un carterista llamado Ray Gordon (Philip Seymour Hoffman). Este giro inesperado es el motor principal de la película, y Soderbergh lo utiliza para explorar temas como la identidad, la memoria, la responsabilidad y la fragilidad de la realidad.

La dirección de Soderbergh es, como siempre, impecable. La película se distingue por su innovador uso de la cámara, particularmente la utilización de la cámara GoPro que nos permite presenciar los eventos a través de los ojos de Ray, creando una sensación de inmersión absoluta. Esta técnica no es solo un truco visual; contribuye significativamente a la ambigüedad y a la duda constante que impregna la trama. El uso del found footage, aunque no es el único elemento de este tipo en la cinematografía actual, está aplicado aquí con un propósito narrativo muy claro, intensificando la sensación de que estamos participando en un experimento mental.

Las actuaciones son excepcionales. Travolta ofrece una interpretación sutil y poderosa, logrando transmitir la desorientación y la angustia de Frank de una manera convincente. Philip Seymour Hoffman, por su parte, personifica a Ray con una frialdad y un encanto inquietantes. Teri Polo, como la ex esposa de Frank, aporta un toque de humanidad a la historia, mostrando su preocupación por su hijo y la dificultad de adaptarse a las circunstancias. Matt O’Leary, en el papel de Danny, ofrece una actuación breve pero efectiva, reflejando la confusión y la inocencia de un niño que no entiende las transformaciones que le rodean.

Si bien la película es en gran medida un éxito, el guion, aunque inteligente, presenta algunos momentos de exposiciones excesivas. La resolución, aunque impactante, puede parecer un poco forzada para algunos espectadores. El ritmo, a pesar de las tensiones constantes, se ralentiza ligeramente en ciertas escenas, perdiendo un poco la fuerza narrativa inicial. No obstante, la capacidad de Soderbergh para mantener el espectador en un estado de incertidumbre y para desafiar sus propias expectativas es indiscutible. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que plantea preguntas sobre lo que significa ser responsable de nuestros actos, incluso cuando no estamos seguros de lo que hemos hecho.

Nota: 8/10