“Fama” (1981) no es solo un musical, es una explosión de energía y juventud, un retrato crudo y a menudo doloroso de la ambición desmedida en el corazón de la industria del espectáculo. Alan Parker, con su habitual audacia visual y una banda sonora icónica de Nile Rodgers y Carlos Santana, entrega una película que, décadas después, sigue brillando con una intensidad sorprendente. Es un trabajo que se presta a la nostalgia, pero que, a mi juicio, supera la mera evocación para convertirse en una reflexión sobre el sacrificio personal y el precio del éxito.
La película se centra en un grupo de aspirantes a estrellas de Broadway, cada uno con un sueño desmesurado y una vulnerabilidad latente. Parker no se conforma con la imagen idealizada de Broadway; muestra la competencia feroz, las presiones implacables y la superficialidad inherente a ese mundo. El proceso de audición es presentado como una batalla por la supervivencia, donde las promesas de fama y fortuna se ven empañadas por la humillación, el rechazo y la desilusión. La dirección de Parker es magistral: las escenas de las audiciones, en particular, son coreografías frenéticas y claustrofóbicas, donde el sudor, el estrés y la desesperación se mezclan en un torbellino visualmente impactante. La filmación es dinámica, llena de movimientos rápidos y cortes secos que transmiten la sensación de urgencia y la constante presión del tiempo.
Las actuaciones son un pilar fundamental de la película. Timothy Hutton, como el joven y ambicioso Gary, ofrece una interpretación conmovedora de un chico que, impulsado por la necesidad de demostrar su valía, sacrifica su vida personal en pos de su sueño. Rosanna Arquette, en el papel de la enigmática y atormentada ‘Miss’ (una maestra de baile), aporta una profundidad y una vulnerabilidad que contrasta con la exuberancia general del grupo. La química entre las actuaciones crea un ambiente de tensión y de complicidad que es fundamental para el desarrollo de la trama. Es una película que no rehúye las sombras de la ambición, mostrando que detrás de cada estrella hay una historia de sacrificio y de pérdida.
El guion, adaptado de la obra teatral de David Rindell, es inteligente y, en ocasiones, provocador. Parker no se limita a presentar un melodrama convencional; explora temas complejos como la identidad, la fama, el amor y la traición. La banda sonora, con sus ritmos funky y sus melodías pegadizas, funciona como un personaje más, intensificando las emociones y creando un ambiente festivo y vibrante. No obstante, algunos momentos pueden resultar algo exagerados, pero en general, el guion es sólido y contribuye a la fuerza emocional de la película. Es una película que, aunque estilizada, presenta una crítica social sutil pero efectiva sobre la naturaleza de la industria del entretenimiento.
En definitiva, “Fama” es una película vibrante, llena de energía y con una fuerza emocional que perdura. No es perfecta, pero su audacia visual, sus actuaciones convincentes y su banda sonora inolvidable la convierten en una joya del cine musical. Es un trabajo que merece ser revisitado, especialmente para aquellos que se sintieron atraídos por la promesa de Broadway en los años ochenta.
Nota: 8/10