“Fausto” (2011), la propuesta de Harry Connick Jr. como director, se presenta como una reinterpretación ambiciosa, pero con algunas fallas, del mito que ha cautivado a generaciones. Esta película no se conforma con ofrecer una mera adaptación del relato de Goethe o Mann, sino que se atreve a modernizar y a explorar las complejidades morales del pacto con el mal, dejando una huella visualmente impactante aunque no siempre cinematográficamente brillante. La película se ambienta en la vibrante y opulenta Nueva Orleans del siglo XIX, una elección que le otorga un ambiente particular y evocador, un contraste que refleja la dualidad del protagonista.
Connick Jr., en su debut como director, demuestra una habilidad para la puesta en escena y la creación de atmósferas. Las secuencias nocturnas de Nueva Orleans, con su jazz en directo y su bullicio callejero, son particularmente memorables, creando una sensación de fascinación y peligro. Sin embargo, la dirección carece a veces de la sutileza y la profundidad que caracterizan el mejor cine. La fotografía, en general, es buena, aunque a veces recae en una paleta de colores demasiado saturada que resta naturalidad a las escenas. La banda sonora, compuesta por Michael Feinstein, es notablemente sofisticada y refleja perfectamente el espíritu del melodrama, pero a veces se siente un poco excesiva, invadiendo la propia narrativa.
La película se centra en la historia de Fausto, interpretado magistralmente por Ben Barnes. Barnes ofrece una actuación convincente, logrando transmitir la vulnerabilidad y la ambición de un hombre consumido por el deseo de conocimiento y experiencias. Su Fausto no es simplemente un seductor, sino un alma atormentada, que lucha con sus impulsos y con la culpa que le carcome. A su lado, Elena Anaya interpreta a Sofía, y aunque su papel es menos desarrollado, aporta una elegancia y una fuerza moral que contrasta con la naturaleza voluble de Fausto. La química entre Barnes y Anaya es uno de los puntos fuertes de la película. Sin embargo, algunos de los personajes secundarios, como el diablo, interpretado por Wes Bentley, carecen de la profundidad necesaria para realmente resonar con el espectador.
El guion, adaptado de la obra de Goethe, presenta el núcleo de la historia de forma relativamente fiel, pero sacrifica algo de la complejidad filosófica y psicológica del original. Se prioriza la línea argumental, centrada en el romance y el drama, lo que resulta en un tratamiento más superficial de los temas clave como la búsqueda del conocimiento, la redención y la naturaleza del mal. La película podría haber explorado con mayor profundidad la moralidad ambigua de Fausto, la lucha constante entre la razón y la pasión, y las consecuencias devastadoras del pacto con el diablo. La velocidad con la que se desarrolla la trama, aunque efectiva para mantener el ritmo, puede hacer que algunas de las reflexiones más importantes queden relegadas a un segundo plano.
A pesar de sus fallas, “Fausto” es una película que vale la pena ver, especialmente por la actuación de Ben Barnes y la atmósfera evocadora que crea. Es una reinterpretación fresca del mito, aunque incompleta, que ofrece una mirada interesante al corazón de un relato atemporal. No es una obra maestra, pero sí una propuesta cinematográfica con potencial y con un toque de espectáculo.
Nota: 7/10