Fin de trayecto (1987)

“Fin de trayecto” (End of the Line) no es, precisamente, una joya cinematográfica que domine la memoria a largo plazo. Sin embargo, la película de la directora Maggie King posee un encanto sutil, una atmósfera opresiva y una reflexión sobre la obsolescimiento, la deshumanización y el precio del progreso que la hacen una experiencia cinematográfica notable, si no excepcional. King, con una paleta visual y un ritmo cuidadosamente calibrado, logra construir una sensación de inquietud que se instala en el espectador desde los primeros minutos, convirtiéndose en un personaje casi tangible.

La película se centra en el anuncio del cierre de una importante vía férrea, un hecho que desencadena una serie de eventos que sacuden a los empleados de una central corporativa en la que la burocracia y la desconexión con la realidad son las reglas de juego. El protagonista, el jefe de operaciones, Thomas, interpretado con una intensidad contenida por John Lithgow, es un hombre atrapado en una rutina, un hombre que ha perdido el contacto con sus propios valores y que se enfrenta a la amenaza de perder su empleo y, en consecuencia, su identidad. Lithgow ofrece una actuación magistral, logrando transmitir la desesperación y la angustia de un hombre al borde del abismo, sin caer en la melodramatismo, lo que es un gran logro considerando la naturaleza del personaje. El resto del elenco, compuesto por nombres como Laura Linney y Peter McDonald, también ofrece interpretaciones sólidas, aunque su impacto se ve ligeramente eclipsado por la presencia de Lithgow.

El guion, escrito por King y Ben Fremon, se caracteriza por su lentitud deliberada y su enfoque en los detalles. La película no se apresura a ofrecer explicaciones, sino que permite que la historia se desarrolle a través de diálogos sutiles y observaciones breves. La construcción del mundo dentro de la central corporativa es particularmente efectiva, presentando un espacio claustrofóbico, frío y despersonalizado que refleja la alienación de sus habitantes. King evita la exposición directa, en su lugar, nos deja inferir las motivaciones de los personajes y la magnitud de la crisis que se avecina. Es una película que se disfruta más si se permite respirar, si se deja que la atmósfera y los personajes habiten nuestra mente durante la experiencia cinematográfica. La película explora, de forma inteligente, la idea de que el progreso, a menudo impulsado por la lógica y la eficiencia, puede tener un alto costo humano.

Sin embargo, “Fin de trayecto” no es una película que satisfaga todas las expectativas. La narrativa, aunque efectiva, puede resultar a veces repetitiva, y el final, si bien evocador, podría considerarse algo ambiguo y quizás, demasiado abierto a la interpretación. La película, en general, prioriza la atmósfera y la sensación sobre la acción directa, lo que puede resultar desconcertante para algunos espectadores que buscan una trama más convencional. A pesar de estas limitaciones, la película deja una huella duradera gracias a su dirección artística impecable, la interpretación sobresaliente de John Lithgow y su inteligente reflexión sobre la condición humana en la era de la globalización y la automatización.

Nota: 7/10