Fletch, el camaleón (1985)

“Fletch, el camaleón” no es una película que redefine el género de la comedia de crimen, pero sí es un delicioso regreso a las raíces de Chevy Chase, ofreciendo una experiencia cinematográfica que recuerda a las películas de Michael Mann de los 80, pero con un toque de humor mordaz y un protagonista tan excéntrico como entrañable. La película, dirigida por Rodrigo García, se aleja de un formato convencional de thriller, optando por una atmósfera opresiva y un ritmo deliberadamente lento que, aunque a algunos podría parecer tedioso, funciona a la perfección para construir una sensación de paranoia y fatalismo.

El guion, adaptado de la novela de Louis Begley, se beneficia enormemente de la dirección de García. La película se construye a través de la observación, de los pequeños detalles, de las miradas furtivas y las conversaciones tensas. No se hace esperar a la revelación, sino que la anticipa gradualmente, creando una tensión palpable que se intensifica con cada paso que Fletch, interpretado a la perfección por Chase, da en la intrincada red de mentiras. El guion, lejos de simplificar el tema del crimen, explora la ambigüedad moral, la complicidad y la naturaleza corrupta del deseo. La trama presenta un caso excepcionalmente bien construido, donde hasta el último personaje parece tener un motivo oculto.

Chevy Chase, en un papel que claramente le sienta como la ropa, ofrece una actuación impecable. Su Fletch es un individuo peculiar, un hombre con una ética personal cuestionable y una habilidad innata para encajar en cualquier situación. Su caracterización es magistral, jugando con la vulnerabilidad y la astucia de forma convincente. Pero la película no se apoya únicamente en el carisma de Chase. La interpretación de Elaine Bromberg como Stanwyk es igualmente destacada. Bromberg entrega una actuación sutil pero poderosa, transmitiendo la desesperación y la desesperanza de una mujer acorralada. El resto del reparto secundario también brilla con luz propia, contribuyendo a la riqueza y complejidad de la trama.

La cinematografía de Paul Thomas Anderson, con sus ángulos de cámara inusuales y su uso del color, añade un elemento visual único a la película. La atmósfera visual refuerza la sensación de desconfianza y opresión, mientras que los planos secuencia, especialmente las persecuciones, son ejecutados con precisión y dinamismo. Aunque la película es deliberadamente pausada, nunca se vuelve aburrida. El ritmo, la atmósfera y las actuaciones se combinan para crear una experiencia cinematográfica memorable, que invita a la reflexión y al disfrute. Es una película que no trata de ser grandilocuente, sino de ser inteligente, observadora y, sobre todo, divertida.

Nota: 8/10