“Fragmentos” (Fragments) no es una película que te llama la atención desde el principio, y eso, en mi opinión, es una de sus mayores virtudes. El director Larry Smith no intenta deslumbrar con efectos especiales grandilocuentes o una trama frenética. En cambio, construye un atmósfera de inquietud sutil y constante, un silencio tenso que te envuelve a medida que se revela la historia, una historia sobre la vulnerabilidad humana ante la tragedia y la búsqueda de sentido en medio del caos. La película se centra en un tiroteo en una cafetería de Los Ángeles que deja un grupo de desconocidos con vida. No se conocen entre sí, y a partir de ese momento, la película se convierte en una exploración psicológica de cómo ese evento traumático los une, forzándolos a confrontar no solo sus propios demonios internos, sino también el pasado que intentaban olvidar.
La dirección de Smith es precisa y, de nuevo, se muestra muy consciente de la importancia del espacio vacío. La cámara no se asocia a un personaje en particular durante gran parte del metraje, lo que aumenta la sensación de desorientación y la implicación del espectador en la experiencia de los supervivientes. Hay una belleza melancólica en la forma en que se filma el silencio que sigue al tiroteo, un silencio cargado de preguntas sin respuesta. El uso de la luz y la sombra también es fundamental para transmitir el estado emocional de los personajes. El metraje lento, a veces casi contemplativo, contrasta con la violencia del incidente inicial, subrayando la duración de las consecuencias psicológicas.
Las actuaciones son sobresalientes. La reparto, compuesto por talentos como Chris Pine, Michelle Williams, Pierce Brosnan y Sarah Paulson, ofrece interpretaciones creíbles y profundamente sensibles. Williams, en particular, se destaca como una mujer atormentada por su pasado, mientras que Pine aporta una vulnerabilidad sorprendentemente conmovedora al personaje que intenta reconstruir su vida. No se trata de actuaciones grandiosas o llamativas, sino de interpretaciones auténticas que capturan la fragilidad y la resiliencia de las personas que han experimentado una pérdida devastadora. Se percibe en cada rostro el peso de lo sucedido y la lucha por encontrar un nuevo equilibrio.
El guion, aunque a veces se siente un poco repetitivo en su estructura de flashbacks y reconstrucciones mentales, logra mantener el interés gracias a la fuerza emocional de los personajes y a la ambigüedad que rodea la justificación del tiroteo. No se ofrece una explicación concreta del evento, lo que obliga al espectador a reflexionar sobre la naturaleza de la violencia y las consecuencias de las decisiones que tomamos. Se centra más en el “cómo” de la conexión entre los supervivientes, en la forma en que sus historias se entrelazan y en el impacto que tiene el trauma en sus vidas. La película no pretende resolver todos los misterios, sino más bien plantear interrogantes sobre la memoria, la culpa y la posibilidad de encontrar la redención. Es una película que te deja con un sabor agridulce, una sensación de inquietud persistente y la convicción de que la vida, incluso después de la tragedia, puede seguir adelante, aunque de una forma diferente.
Nota: 7.5/10