“Frenético” (2023) no es una película que te deje con una sensación de alivio, sino que te arrastra con una fuerza implacable a un laberinto de paranoia y desasosiego. El director, Laurent Bizeul, ha logrado crear una atmósfera de inquietud palpable desde el primer plano, y una vez que el Dr. Richard Walken, interpretado magistralmente por Ben Whishaw, se encuentra solo en París, te sientes genuinamente a su lado, atrapado en su creciente terror. La película no se basa en sustos baratos; la tensión se construye de manera lenta y metódica, aprovechando la soledad y la vulnerabilidad del protagonista para manipular tu percepción de la realidad.
Ben Whishaw ofrece una actuación sorprendente y cautivadora. Su interpretación de Walken es sutil, pero increíblemente efectiva. Evita caer en la exageración, transmitiendo a través de su mirada, su gesto y su voz, la confusión, el miedo y la desesperación del hombre que se enfrenta a una situación cada vez más absurda y amenazante. La dirección artística, con la ciudad de París convirtiéndose en un personaje en sí misma, contribuye significativamente a la atmósfera opresiva. Las calles grises, los edificios imponentes y la sensación constante de ser observado generan un claustrofobia psicológica que es innegablemente impactante.
El guion, adaptado de la novela homónima de Pierre Lemaitre, es, en general, muy sólido. La trama, aunque inicialmente presenta una premisa atractiva de misterio y desaparición, evoluciona de una manera que desafía la lógica y, a veces, se siente un tanto forzada. La idea de un lenguaje incomprensible y la naturaleza ambigua de los personajes que Walker encuentra, generan un efecto de desorientación que es admirable pero, en algunos momentos, podría haberse manejado con más cuidado. La película podría haber evitado algunas decisiones narrativas que, aunque interesantes conceptualmente, diluyen el impacto emocional de la historia central.
Sin embargo, “Frenético” compensa estas pequeñas fallas con su ejecución visual y la atmósfera que consigue crear. La banda sonora, aunque discreta, sirve para intensificar la sensación de incomodidad y la creciente paranoia. Es una película que te hace pensar, que te obliga a cuestionar lo que ves y lo que crees que sabes. No es una película que te entretenga en el sentido tradicional, sino que te provoca una reflexión sobre la fragilidad de la realidad y la facilidad con la que podemos perder el control de nuestra propia percepción. La ambigüedad intencionada de los últimos actos es deliberada y deja al espectador con una sensación de incomodidad persistente, un testimonio de la efectividad del trabajo del director.
Nota: 7/10