Fukushima (2020)

“Fukushima” (2018), dirigida por Sō Kurahara, no es un thriller de acción explosivo, ni una película que ofrezca respuestas fáciles sobre el desastre nuclear más grande de la historia reciente. En su lugar, nos entrega un retrato desgarrador y profundamente humano de la vida de los trabajadores de retención (“handyman”) que se enfrentan diariamente a la amenaza latente de la central nuclear de Fukushima Daiichi, seis años después del terremoto y el tsunami. La película se centra en Kenji, interpretado magistralmente por Kōji Tanaka, un hombre consumido por la culpa y la monotonía de su trabajo, y en su interacción con los demás miembros del equipo, un grupo de hombres jóvenes y veteranos unidos por la necesidad de mantener el control sobre la situación, aunque la propia situación parezca incontrolable.

Kurahara construye una atmósfera de tensión constante, no a través de secuencias de acción, sino a través de una meticulosa observación de los pequeños detalles: el sonido del agua goteando, el reflejo del sol en el metal corroído, la mirada cansada en los ojos de los trabajadores. La dirección es, sin duda, la columna vertebral de la película. La cámara, a menudo cercana y observadora, nos sumerge en la rutina claustrofóbica de la central. La película no se preocupa por glorificar el trabajo, ni siquiera por hacerlo parecer heroico. Más bien, muestra la fatiga, la incertidumbre y el temor palpable que experimentan estos hombres. La sensación de desgarro existencial es constante.

Las actuaciones son excepcionales. Tanaka ofrece una interpretación sutil pero poderosa, transmitiendo la carga emocional y la desesperación de Kenji con una economía de medios impresionante. El resto del elenco complementa a la perfección, particularmente las interpretaciones de Haruo Motojima como el supervisor y de Ryūnosuke Komiya como el joven aprendiz. La química entre estos personajes, construida a través de diálogos apagados y miradas significativas, añade una capa de profundidad y humanidad a la historia. La película se beneficia enormemente de esta sutilidad; evita la melodramatización y se centra en la representación honesta de las emociones contenidas.

El guion, aunque no especialmente innovador en su estructura narrativa, es efectivo en la manera en que explora las consecuencias psicológicas del desastre. No ofrece una explicación científica detallada de la radiación, ni se centra en la política o las protestas. En cambio, se concentra en el impacto del trauma en la vida de las personas, mostrando cómo la amenaza constante de la catástrofe afecta las relaciones personales, la salud mental y la percepción de la realidad. La película abraza la ambigüedad y la incomodidad, dejando al espectador con preguntas sin responder y un sentimiento de incertidumbre sobre el futuro. Es una película que invita a la reflexión, no a la acción. La representación del horror no reside en los efectos visuales, sino en la persistente sensación de que algo terrible podría suceder en cualquier momento.

Nota: 8/10