George Washington (2000)

“George Washington” no es una película fácil de digerir. Es una experiencia visceral, una apuesta audaz por la intimidad y la ambigüedad moral que, aunque no llega a ser un triunfo absoluto, merece una atención considerable. La película se ancla en un paisaje rural del sur estadounidense, árido y desolador, que actúa como un espejo de la turbiedad moral que impregna la historia. No se trata de un thriller convencional, sino de una lenta y metódica exploración de la inocencia perdida y las consecuencias devastadoras de las pequeñas mentiras que, como un veneno lento, corrompen todo lo que tocan.

La dirección de Mark Stever es sutil pero poderosa. Evita los grandilocuents clichés del drama, optando por una fotografía naturalista que captura la belleza austera del entorno y la crudeza de la situación. La película no busca provocar un sobresalto, sino crear una atmósfera de opresión, una sensación constante de que algo terrible está a punto de suceder. La cámara se mantiene a menudo a la altura de los niños, permitiéndonos sentir su vulnerabilidad y su confusión. Este enfoque intencional consigue que nos conectemos profundamente con sus experiencias, incluso cuando sus acciones nos parecen moralmente cuestionables.

Las actuaciones son, en general, sobresalientes. Los niños que componen el elenco principal – Caleb Landry Jones, Nicholas Grogan, y Thomas Ryan Miller – ofrecen interpretaciones creíbles y conmovedoras. No se trata de niños “buenos” o “malos”, sino de seres humanos complejos, impulsados por sus propias emociones y deseos. Jones, en particular, entrega una actuación magistral como Ben, el niño que, de manera accidental, desencadena la cadena de acontecimientos. Su actuación está cargada de matices, transmitiendo un dolor silencioso y una sensación de responsabilidad que van más allá de su edad.

El guion, escrito por Mark Lemley y Mark Stever, es la pieza central de la película. La historia, aunque aparentemente simple – un accidente en un parque de atracciones y la posterior decisión de ocultarlo – se presta a múltiples interpretaciones. No ofrece respuestas fáciles ni juicios definitivos. La película se centra en el proceso de toma de decisiones, en el peso de la culpa y la dificultad de mantener una mentira viva. La narrativa, a través de la voz del narrador infantil, logra mantener el suspense y la incertidumbre, dejando al espectador con una sensación de inquietud persistente. El ritmo pausado puede resultar lento para algunos, pero en realidad es fundamental para crear la atmósfera opresiva y la sensación de inevitable tragedia que define la película. La ambigüedad moral, lejos de ser un defecto, es lo que más perdura en la mente después de salir del cine.

En definitiva, “George Washington” es una película que te incomoda, que te obliga a reflexionar y que te deja con una profunda sensación de melancolía. No es una película para todos los gustos, pero para aquellos que se atreven a sumergirse en su oscuridad, ofrece una experiencia cinematográfica única y memorable.

Nota: 7.5/10