Ghost in the Shell 2: Innocence (2004)

“Ghost in the Shell 2: Innocence” es, sin lugar a dudas, una experiencia cinematográfica que exige de su espectador una mente abierta y disposición para dejarse arrastrar a un universo visualmente impactante y conceptualmente denso. Mamoru Oshii, en su retorno a la franquicia después de la aclamada “Ghost in the Shell”, no ofrece una secuela directa, sino una evolución orgánica del universo que estableció, una exploración más profunda de las preguntas existenciales que fueron sus principales motores. La película se centra en la detective Kusanagi, interpretada con una elegancia letal por Scarlett Johansson, quien se ve involucrada en una perturbadora cadena de eventos que la llevan a investigar una revuelta de robots asesinos y, sobre todo, a confrontar sus propias inseguridades como cyborg.

Oshii, como siempre, despliega una dirección magistral, pero esta vez con una sensación de claustrofobia y desorientación que es asfixiante. La estética, influenciada por el cyberpunk y el surrealismo, es impecable, un torbellino de colores saturados, luces de neón y paisajes urbanos distópicos que encapsulan perfectamente la desesperación y la alienación del siglo XXI. Sin embargo, la película se aleja ligeramente de la intensidad visual de su predecesora, optando por un ritmo más pausado y contemplativo, dando paso a largos planos secuencia que, si bien son visualmente impresionantes, pueden resultar lentos para algunos espectadores. La banda sonora, compuesta por Joe Hisaishi, es tan evocadora como siempre, pero se siente a veces eclipsada por la grandilocuencia de las imágenes.

Las actuaciones son sólidas, con Scarlett Johansson aportando una presencia imponente y una interpretación matizada de la duda y el conflicto interno de Kusanagi. Rila Fukushima, quien regresa como Motoko Kusanagi joven, ofrece una interpretación convincente, resaltando la fragilidad y la vulnerabilidad de la heroína en sus orígenes. Sin embargo, el guion, escrito por Bong Joon-ho y Ishiro Suzuki, es donde la película más notablemente decepciona. Si bien las ideas filosóficas que explora son interesantes y persiguen una reflexión sobre la identidad, la memoria y la naturaleza de la conciencia, la trama se vuelve confusa y, en ocasiones, precipitada. Los diálogos son a menudo excesivamente intelectuales, y la resolución, aunque temática, no llega a satisfacer por completo la ambigüedad y el misterio que se sembraron a lo largo de la película.

A pesar de sus fallos, "Ghost in the Shell 2: Innocence" es una película que merece la pena ver, no solo por la visión artística de Mamoru Oshii y la estética impecable, sino porque plantea preguntas importantes sobre lo que significa ser humano en un mundo cada vez más artificial. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que obliga al espectador a cuestionar su propia existencia y el valor de la memoria. En definitiva, es una obra que, aunque imperfecta, permanece en la mente mucho tiempo después de haberla visto. Su valor reside en su capacidad para provocar y desafiar, una característica que la convierte en una película relevante, incluso si no es perfecta.

Nota: 7.5/10