Gierek (2022)

“Gierek”, dirigida por Paweł Pawlikowski, no es una película para quedarse con la emoción fácil. Es, en cambio, una inmersión profunda y fría en el complejo proceso de toma de decisiones que llevó a la revuelta de Poznań en 1976. La película no busca glorificar a Edward Gierek, sino que, paradójicamente, lo presenta como un hombre atormentado, una figura humana atrapada en las garras del sistema comunista, un hombre que, a pesar de sus conscientes y, por momentos, desesperados esfuerzos, termina siendo parte del aparato represivo. Pawlikowski, conocido por su estilo visual distintivo y su uso magistral del blanco y negro, aquí aplica un tratamiento que recuerda a la fotografía documental, creando una atmósfera austera y casi irreal que refleja la opresión y la deshumanización de la época.

La dirección de Pawlikowski es impecable, pero no por la grandilocuencia de la puesta en escena, sino por su capacidad para captar la minuciosidad de los detalles: las reuniones en la sede del PZPR, los gestos sutiles, los miradas que revelan secretos y ambiciones. El ritmo de la película, deliberadamente lento y pausado, obliga al espectador a prestar atención a cada conversación, a cada mirada, a cada paso. Se hace paciente, se obliga a reflexionar, y de esa manera, se construye una sensación palpable de la incertidumbre y la tensión que permeaba la vida de Gierek y de toda Polonia en esa época.

Las actuaciones son excepcionales. Jerzy Stuhr, en el papel de Edward Gierek, ofrece una interpretación sutil, quizás la más importante de su carrera. No se trata de un Gierek heroico o vil, sino de un hombre dividido entre sus convicciones morales y las presiones del partido. Stuhr logra transmitir la fragilidad de un hombre que se debate entre la lealtad al sistema y el deseo de hacer algo diferente, de proteger a su país de la brutalidad de la represión. El resto del elenco, incluyendo a Małgorzata Boruń como el joven y idealista Jerzy Zych, complementan la actuación de Stuhr con una precisión notable. La química entre los actores, a pesar de la seriedad del tema, es notable y contribuye a la autenticidad de las escenas.

El guion, adaptado de un libro de Wojciech Chmielinski, se centra en los debates internos de Gierek y su equipo, en las decisiones políticas que no se toman con claridad y en las consecuencias de la desconfianza y la paranoia. No se ofrece una explicación simplista de los eventos; se presenta una visión compleja y matizada de la historia, que se centra en los dilemas morales y las contradicciones del sistema. La película no juzga, sino que invita a la reflexión sobre la responsabilidad individual y colectiva en tiempos de crisis. Aunque el argumento podría sentirse en ocasiones un poco denso y académico, la fuerza de la dirección, las actuaciones y el tratamiento visual compensan con creces cualquier posible defecto narrativo. “Gierek” no es un espectáculo para el entretenimiento, sino una experiencia cinematográfica que requiere compromiso y atención, y que recompensa al espectador con una visión profunda y conmovedora de un período crucial de la historia polaca.

Nota:** 8/10