Gloria Bell (2019)

“Gloria Bell” no es una película que te deje con una conclusión fácil o con una respuesta simplista. Es, en cambio, una pieza cinematográfica compleja y sutil que se adentra en las grietas emocionales de su protagonista y, por extensión, en la ambigüedad de las relaciones humanas. Sebastián Llibre ha logrado un retrato impecable de una mujer en la mediana edad, una mujer que ha construido una vida aparentemente convencional, pero que secretamente alberga una necesidad de libertad y autenticidad que la impulsa a buscar la chispa de la vitalidad en cada esquina.

María Bello, en un papel que parece forjado a su medida, ofrece una actuación magnífica. Bello abandona la imagen de la estrella de Hollywood que conocemos, dejando atrás la brillantez pública y entregándose completamente a la introspección de Gloria. Su interpretación es visceral, llena de matices sutiles que revelan la melancolía, la frustración y la inesperada alegría que siente al encontrarse a sí misma, aunque sea en el baile. Llibre no recurre a la grandilocuencia; la fuerza de la actuación reside en la humanidad de Gloria, en su vulnerabilidad y en su capacidad para proyectar la sensación de una mujer que ha estado viviendo una vida a medias hasta que Arnold llega a su puerta y la sacude de su letargo.

El guion, escrito por Llibre y Matthew Miller, es quizás el elemento más destacado de la película. Evita los clichés del melodrama romántico, centrándose en la construcción gradual de la relación entre Gloria y Arnold (Shea Whigham, también excelente). La película no ofrece explicaciones fáciles sobre por qué se sienten atraídos el uno por el otro; simplemente observa, con una mirada crítica pero comprensiva, cómo dos personas perdidas se encuentran en un momento de vulnerabilidad y, por un instante, se ofrecen a sí mismas y al otro la posibilidad de una conexión genuina. La película se nutre de las conversaciones casuales, de los pequeños gestos y de las miradas compartidas, creando una atmósfera de intimidad inquietante y profundamente real.

Llibre utiliza con maestría la cámara y la música para transmitir la sensación de desplazamiento y la inestabilidad emocional de Gloria. La fotografía de Benoît Lebeau, con su paleta de colores apagados y la iluminación suave, refleja el estado mental de la protagonista, mientras que la banda sonora, compuesta por Colin Stetson, es a la vez hermosa y melancólica, intensificando la carga emocional de cada escena. La película, aunque a veces lenta, tiene un ritmo natural que permite al espectador sumergirse en el mundo de Gloria, experimentando su confusión, su esperanza y su dolor. “Gloria Bell” no busca ofrecer respuestas definitivas, sino más bien invita a la reflexión sobre la complejidad de la vida, el amor y la búsqueda de la propia identidad. Es una obra cinematográfica que se queda con el espectador mucho después de que terminan los créditos.

Nota: 8.5/10