“God’s Not Dead: In God We Trust” es, en su esencia, una película que se presenta como un debate teológico disfrazado de drama político. La historia, centrada en el inesperado ascenso de David Hill, un reverendo con una visión particular sobre la fe y la ley, a las filas del Congreso, se mueve a un ritmo pausado y deliberado, lo que le otorga una atmósfera de tensión constante, aunque a veces le resta dinamismo. El contexto de la película, situado en un ambiente político polarizado y una creciente crisis de fe, se utiliza de manera efectiva para subrayar la controversia que desencadena las ideas de Hill. Sin embargo, es evidente que la película busca, fundamentalmente, provocar una reacción, más que ofrecer una exploración profunda de los temas que aborda.
La dirección de Steven Randall se mantiene dentro de un estilo convencional, evitando cualquier ambición formal. Se concentra en la caracterización de los personajes y en la construcción del conflicto central: la confrontación entre la fe inquebrantable de Hill y la postura de una profesora de filosofía, Sarah, que defiende un ateísmo laico. La película no intenta innovar visualmente, optando por planos estáticos y un uso moderado de la música, que a veces se siente excesivamente dramática y que, en determinadas escenas, busca forzar una emoción que, en realidad, no está presente. No obstante, el uso de algunos flashbacks para revelar el pasado de Hill y la motivación detrás de su ambición política añaden una capa de complejidad al personaje, aunque de forma relativamente superficial.
Las actuaciones son un punto fuerte del filme. Kevin Garver, como el reverendo Hill, transmite una convicción palpable, una mezcla de fervor religioso, fervor político y, en algunos momentos, una angustia subyacente que le da humanidad al personaje. La interpretación de Melissa Rauch como Sarah es sólida, pero también limitada. Rauch se centra en la defensa intelectual de su posición, pero le falta el matiz emocional que podría haber enriquecido su personaje. Los secundarios, en general, cumplen su función, aunque sus papeles no son particularmente memorables. La química entre Garver y Rauch, crucial para el conflicto central, es constante pero no particularmente convincente. Se nota que el guion prioriza el diálogo argumentativo a costa de la profundidad emocional.
El guion, sin duda, es el aspecto más debatible de la película. Si bien la premisa es interesante y el debate sobre la libertad de expresión y la separación de iglesia y estado es relevante, la escritura se siente a veces previsible y retórica. Las respuestas de Sarah a las objeciones de Hill a menudo se basan en argumentos lógicos y filosóficos, pero carecen de la riqueza y la especificidad que podrían haberlos hecho más creíbles. Se siente una tendencia a simplificar los problemas complejos, presentando la fe como una respuesta fácil y el ateísmo como una postura más sofisticada. La película no ofrece ni una defensa completa de la fe ni una refutación convincente del ateísmo; se limita a presentar ambas perspectivas como polos opuestos. En definitiva, “God’s Not Dead: In God We Trust” se siente más como un debate cinematográfico que como una película con una narrativa sólida. Es un producto que busca generar discusión, pero a expensas de la calidad artística.
Nota: 5/10