Gold (2022)

“Gold” (Oro) de Sean Baker no es solo una película sobre la búsqueda del tesoro, es un retrato crudo y perturbador de la deshumanización y la violencia alimentada por la codicia. Baker, conocido por obras como “Room” y “The Florida Project”, no opta por la aventura cinematográfica llena de efectos especiales que uno podría esperar, sino que se enfoca en la brutalidad de la realidad, en la degradación moral que ocurre cuando la promesa de la riqueza se convierte en un objetivo absoluto. La película, con un presupuesto modesto y una estética deliberadamente austera, impacta por su honestidad y su capacidad para revelar las verdades más oscuras de la naturaleza humana.

La dirección de Baker es precisa y, en ocasiones, inquietante. Se permite que la cámara se quede en el silencio, en el sudor y en las miradas vacías de los protagonistas. No busca la grandilocuencia, sino la representación visceral. La sensación de incomodidad y desasosiego que experimenta el espectador es intencional y, lo más importante, efectiva. Baker se aleja de la narración tradicional, dejando que la acción y el entorno hablen por sí solos. Este enfoque, aunque puede resultar frustrante para algunos, otorga a la película una profundidad psicológica que la distingue de otros dramas del oeste. Es una película que te deja con la sensación de que no estás viendo una historia, sino una ventana a la desesperación.

Las actuaciones de Jeremy Pope (como Ricky) y Caleb Landry Jones (como Otis) son monumentales. Ambos actores logran transmitir con una intensidad palpable la lenta y progresiva autodestrucción de sus personajes. La química entre ellos, inicialmente tensa y luego, de forma inquietante, casi colaborativa, es fundamental para el éxito de la película. Jones, en particular, ofrece una interpretación atormentada y profundamente conmovedora. Otis, con su discurso en voz alta y sus reflejos en el agua, se convierte en un arquetipo de la locura inducida por la ambición. El contraste entre su torpeza y su obsesión es lo que hace que su personaje sea tan memorable, tan trágico.

El guion, coescrito por Baker y Barnaby Smith, es directo y sin adornos. Evita los clichés del género western, centrando la atención en el impacto psicológico de la codicia. La historia no se explica, se siente. Las motivaciones de los personajes son complejas, aunque no justificables. La película no ofrece soluciones ni finales felices. La amargura es la premisa, la desesperación la realidad. La ambientación en el árido desierto de Nevada, con su calor sofocante y su inmensidad desoladora, se convierte en un personaje más, un testigo silencioso de la tragedia en ciernes. La banda sonora, minimalista y evocadora, complementa a la perfección la atmósfera de opresión y soledad.

“Gold” no es una película fácil de ver, ni mucho menos placentera. Es, sin embargo, una obra cinematográfica que plantea preguntas incómodas sobre la naturaleza humana, la corrupción y las consecuencias de la ambición desenfrenada. Es una película que te acompañará mucho después de que las luces se hayan encendido.

Nota: 7/10