Goodbye Pork Pie (1981)

“Goodbye Pork Pie” no es solo una película sobre un viaje por carretera; es un retrato visceral del alma humana enfrentándose a la desilusión y la necesidad de reinventarse. Dirigida con una sensibilidad palpable por Bruno Lawrence, la película logra capturar la melancólica belleza del paisaje neozelandés, transformándolo en un personaje más, un espejo de los conflictos internos de sus protagonistas. El título, que evoca al queso tierno y confitado, es apropiado porque la película irradia una sensación de suavidad que contrasta con la tormenta emocional que se desata en el interior de los personajes.

El corazón de la película reside, sin duda, en la interpretación de Tony Barry como Gerry. Barry no simplemente representa al personaje; se convierte en él. Su Gerry es un hombre cansado, marcado por la vida y atormentado por un pasado que parece no dejarlo en paz. Lo que hace su actuación tan convincente es la sutil gama de emociones que transmite: desde la amargura y el cinismo hasta momentos de vulnerabilidad inesperada. Barry construye un personaje complejo, imperfecto y, a su vez, profundamente humano. John, interpretado por el siempre fiable Richard Armitage, aporta un contrapunto necesario a la personalidad de Gerry, y aunque su propia historia de divorcio es menos desarrollada que la de Gerry, su desolación y su búsqueda de un nuevo comienzo son palpables. El carisma de Bruno Lawrence como el personaje secundario añade una dosis de optimismo, aunque ese optimismo se ve constantemente desafiado por las circunstancias.

El guion, escrito por Paul Hammond y Bruno Lawrence, es notablemente sutil. Evita los clichés del género de carretera y se centra en la construcción de la relación entre Gerry y John. La película no ofrece respuestas fáciles ni soluciones definitivas; en cambio, explora las consecuencias de las decisiones, la fragilidad de las amistades y la dificultad de escapar del propio pasado. La dirección de Lawrence es magistral en el uso del espacio, permitiendo que el paisaje neozelandés respire y acentuando la sensación de aislamiento y melancolía. Las escenas del viaje en coche son intensas y llenas de tensión, pero también hay momentos de belleza contemplativa, donde la cámara se detiene a observar el paisaje y el paso del tiempo. La banda sonora, minimalista pero efectiva, complementa a la perfección la atmósfera de la película. Aunque el ritmo puede resultar pausado para algunos espectadores, es precisamente esa lentitud la que permite a la película profundizar en los personajes y en sus dilemas.

En definitiva, “Goodbye Pork Pie” es una película sorprendente y memorable. No busca la espectacularidad, sino la autenticidad, y logra transmitir un mensaje poderoso sobre la resiliencia y la búsqueda de sentido en la vida. Es una experiencia cinematográfica que permanecerá en la memoria por su sutil belleza y la fuerza de sus personajes.

Nota: 8/10