Grand Prix (1966)

“Grand Prix” (1966) de Mario Capecchi es mucho más que un simple relato deportivo. Aunque la premisa – un americano exiliado por un accidente en el mundo implacable del Grand Prix – podría parecer estándar, la película se erige como un estudio de personajes fascinante y una glorificación, a su manera, del espíritu de competición y la traición en un ambiente donde el honor es tan valioso como la velocidad. La película, a menudo eclipsada por otros éxitos de la época, merece un re-examen por su autenticidad y su capacidad para evocar la atmósfera cruda y emocionante del motorsport de los años 60.

La dirección de Mario Capecchi es firme y consigue transmitir con gran eficacia la tensión y el peligro inherentes a las carreras. Las escenas de competición son dinámicas, con un uso impactante del sonido y la cámara que sumerge al espectador en la velocidad y el caos de las pistas. La filmación de las carreras, aunque con las limitaciones técnicas de la época, resulta sorprendentemente efectiva, dotando de un realismo casi palpable a las maniobras y los peligros que enfrentan los pilotos. La película no rehuye la violencia y la ambigüedad moral; los accidentes, las traiciones, y la presión psicológica se presentan sin adornos, mostrando una faceta poco frecuente en el cine deportivo de la época.

James Garner, como Pete Aron, ofrece una actuación sólida y convincente. Su personaje es complejo y, a pesar de su carácter pragmático, posee un sentido de la justicia y un profundo respeto por sus compañeros de equipo. Garner logra transmitir la frustración de un hombre que ha perdido su lugar y la dificultad de adaptarse a un nuevo entorno, con un toque de melancolía que le da humanidad al personaje. Sin embargo, el verdadero motor de la película reside en la relación que se desarrolla entre Aron y Jane (Anne Heywood), la viuda de Scott Stoddard. La química entre Garner y Heywood es genuina y conmovedora, explorando temas de duelo, resiliencia y la búsqueda de la redención.

El guion, a pesar de algunas convenciones del género, es inteligente y presenta personajes secundarios memorables, como el despiadado y calculador Vittorio Nolasco (interpretado con malicia por Orson Welles). Welles, con su característica presencia, aporta una complejidad al antagonista, definiendo un rival formidable, aunque quizás demasiado arquetípico para la época. La trama, centrada en la búsqueda de la venganza y la redención, no llega a ser particularmente innovadora, pero el ritmo ágil y la carga emocional mantienen la atención del espectador. Se observa, también, una sutil crítica a la corrupción en el mundo del automovilismo, donde la ambición y el dinero pueden eclipsar cualquier principio moral.

“Grand Prix” no es un clásico universal, pero sí una película muy recomendable para los amantes del cine clásico, del automovilismo y de las historias de superación personal. Es un ejemplo de un cine que no se limita a la espectacularidad visual, sino que busca explorar las emociones y los dilemas morales de sus personajes. La película ofrece una visión honesta y a veces brutal del mundo del Grand Prix, mostrando sus luces y sus sombras.

Nota: 7/10