Grassroots (2012)

“Grassroots” es una película que, a primera vista, podría pasar desapercibida en la maraña de opciones que ofrece el cine independiente. Sin embargo, bajo su sencilla premisa –un crítico musical idealista desafiando a un concejal local – se esconde una película con una resonancia inesperada, que valora la importancia de la voz individual y el poder del activismo ciudadano. Jason Biggs ofrece una actuación sorprendente como Grant Cogswell, un tipo que, a pesar de su apariencia poco convencional y su desconfianza inicial, demuestra una tenacidad y un fervor que lo empujan a desafiar las estructuras de poder establecidas. Biggs abandona, en gran medida, el rol de comediante que le ha caracterizado hasta ahora, y muestra una vulnerabilidad y una pasión que se contagian al espectador.

La película, dirigida con un estilo deliberadamente naturalista, evita la grandilocuencia y se centra en la construcción de un personaje creíble. La relación entre Grant y la joven reportera, interpretada con matices por una desconocida, es el corazón de la narrativa. Esta conexión, construida a partir de una desconfianza mutua y un respeto gradual, funciona como el motor principal de la trama. La dinámica entre ambos aporta una capa de autenticidad que a menudo se echa en falta en el cine político. La película no rehuye las complejidades de la relación: las frustraciones, los desacuerdos y la búsqueda de un terreno común son retratados con honestidad y realismo.

El guion, aunque no es especialmente original en la premisa, sí que demuestra una aguda observación de la política local y las dinámicas sociales. “Grassroots” no ofrece soluciones fáciles ni simplificaciones moralistas. Presenta un panorama complejo donde las motivaciones de los personajes son a menudo ambiguas, y las consecuencias de sus acciones son difíciles de predecir. La película se centra en el proceso de la campaña, en la organización, en el contacto con la comunidad, y en la necesidad de perseverar frente a la adversidad. La película logra transmitir la sensación de un movimiento que se construye desde abajo, con la participación de personas comunes y corrientes.

La dirección de fotografía, con un uso sutil del color y la iluminación, crea una atmósfera realista y evocadora de la ciudad donde se desarrolla la historia. La película no intenta ser espectacular; su fuerza reside en su honestidad y en su capacidad para plantear preguntas relevantes sobre la política, la participación ciudadana y el poder de la voz individual. “Grassroots” no busca ser un himno al activismo, sino más bien una reflexión sobre cómo la pasión y la perseverancia pueden generar un cambio, incluso en los lugares más inesperados. Es una película que, a pesar de su relativa sencillez, deja una huella y obliga al espectador a cuestionar su propio papel en la sociedad.

Nota: 7/10