Guerra de cheerleaders (2009)

“Guerra de Cheerleaders” (Bring It On) no es, ni de lejos, una película para recordarla por su profundidad filosófica o su narrativa innovadora. Sin embargo, se trata de una comedia adolescente de esos que se pegan en la memoria por su energía, su ritmo vertiginoso y, sobre todo, por el espíritu rebelde que transmite, una rebeldía que, aunque con un tono irónico y exagerado, resuena con la experiencia de la adolescencia. La película, dirigida por el tandem Tony Leondis y Wayne Ernest, nos presenta una premisa simple pero efectiva: dos chicos, los ídolos deportivos de la escuela secundaria, deciden cambiar su destino deportivo por el de las batomáticas, no por una noble vocación, sino por el deseo de estar en el centro de atención de las chicas y, consecuentemente, obtener más reconocimiento. La dirección se vale de una estética visual vibrante, con colores saturados y planos cortos que imitan el dinamismo de las coreografías. La película está repleta de escenas de baile frenéticas, cada una más elaborada que la anterior, y se aprovecha al máximo la música pop de la época (2000) para construir una atmósfera contagiosa. Sin embargo, el ritmo acelerado, aunque entretenido, puede llegar a ser un poco agotador, y en ocasiones, el exceso de coreografías eclipsa la historia. Las actuaciones son sólidas, especialmente la de Hayden Christensen como Shane Mosley, quien logra transmitir la ambición, la confusión y la vulnerabilidad de un chico atrapado entre las expectativas sociales y sus propios deseos. Kirsten Dunst, como Torrance Shipman, aporta una mezcla perfecta de sarcasmo y determinación, interpretando a una líder de batomáticas con una fuerte conciencia moral. El elenco secundario, con un Nathan Lane especialmente divertido como el jefe de la rival competencia, completa el conjunto. El guion, aunque no destaca por su originalidad, funciona gracias a su agudeza y su capacidad para abordar temas como la competitividad, la presión social y la autenticidad. La película no se limita a ridiculizar el mundo de las batomáticas; más bien, explora la complejidad de las relaciones entre las chicas y la manera en que la competitividad puede ser tanto un motor de motivación como una fuente de conflicto. El giro argumental, que revela la verdadera naturaleza de la rivalidad, es inesperado y bien ejecutado. No obstante, el guion es algo simplista y recurre a clichés de la comedia adolescente. Se podría haber profundizado en los personajes y en la exploración de las motivaciones subyacentes a la competencia. En definitiva, “Guerra de Cheerleaders” es una película entretenida y divertida, que ofrece una mirada irónica y, a su manera, crítica al mundo de la adolescencia y sus obsesiones. No es una obra maestra cinematográfica, pero sí una comedia juvenil que sabe conectar con el público gracias a su energía, su ritmo y sus personajes memorables.

Nota: 7/10