“Hannah Arendt” no es un biopic convencional sobre una figura histórica; es un descenso angustiante a la psique de una mujer que se enfrenta a la monstruosidad del mal en un lugar y un momento crucial de la historia. El director Florian Henckel von Donnersmarck, conocido por su meticuloso trabajo y su habilidad para evocar atmósferas opresivas, ha logrado crear una película que, lejos de ofrecer una biografía lineal, se centra en el dilema moral y existencial que Arendt experimenta durante la cobertura del juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén en 1961. No se trata de glorificar o demonizar a la filósofa, sino de explorar la fragilidad de la conciencia humana ante la barbarie.
Carla Van der Kam, la actriz holandesa que interpreta a Arendt, ofrece una actuación magistral. Su mirada, a menudo apagada y silenciosa, es un universo en sí mismo, reflejando la creciente confusión y el peso del horror que Arendt procesa. No es una interpretación grandilocuente, sino una representación sutil y convincente de la introspección y la duda que consumen a la protagonista. Su actuación es la piedra angular de la película, transmitiendo con paciencia y sutileza la gradual erosión de la fe en la humanidad. Frente a ella, Midsommar protagonista Benedict Cumberbatch, da vida a un Eichmann carismático y perturbador, no como un villano caricaturesco, sino como un individuo que, en su propia percepción, no es un monstruo, sino un simple funcionario cumpliendo su deber. Cumberbatch logra transmitir una extraña sensación de normalidad perturbadora, una característica que es fundamental para entender la complejidad del personaje.
La dirección de Henckel von Donnersmarck es, como es habitual en su filmografía, impecable. La película está visualmente impresionante, utilizando la iluminación y la composición de los planos para intensificar la sensación de claustrofobia y aislamiento. Los planos largos, la fotografía en blanco y negro y la banda sonora minimalista contribuyen a crear una atmósfera densa y opresiva que refleja el estado mental de Arendt. La elección del blanco y negro, en particular, es especialmente efectiva, evocando la fotografía de época y añadiendo una capa de formalidad y distancia a la historia, al tiempo que acentúa la oscuridad moral que se desenvuelve. La película no rehuye los momentos difíciles, como la descripción del transporte masivo de judíos hacia los campos de exterminio, aunque los presenta con una economía de medios que, sin ser gratuita, busca evitar una representación explícitamente violenta, dejando que la situación hable por sí misma.
El guion, adaptado de los diarios de Arendt, es el elemento más polémico de la película. Si bien la película se centra en el proceso intelectual de Arendt y sus conclusiones sobre el concepto de "banalidad del mal," también ha sido criticada por algunos por el tratamiento del propio Eichmann. Sin embargo, la película se mantiene fiel a la visión de Arendt, explorando la dificultad de reconciliar la idea de que el mal puede ser cometido por personas "ordinarias." La película no ofrece respuestas fáciles, sino que plantea preguntas incómodas sobre la responsabilidad moral, el papel de la prensa y la naturaleza del totalitarismo. La película se enfrenta a dilemas morales complejos y no se rehuye explorar la ambigüedad inherente a la situación.
Nota: 8/10