Happy Accidents (2000)

“Happy Accidents” (2020) de Elizabeth Perkins es una película que, en la superficie, podría parecer un ejercicio de ciencia ficción torpe y con un presupuesto reducido. Sin embargo, bajo la capa de su ejecución técnica discreta, se esconde una pequeña obra maestra de la sensibilidad y la observación humana. La película, a pesar de su premisa original, no se centra tanto en los viajes en el tiempo o en el futuro, sino en la soledad, el amor no correspondido y la búsqueda de conexión en un mundo cada vez más fragmentado. Perkins, quien también escribe el guion, logra crear una atmósfera melancólica y contemplativa que es absolutamente cautivadora.

El núcleo de la película reside en la relación entre Ruby (Marisa Tomei), una mujer que trabaja como archivista y que parece destinada a la soledad, y Eli (Lucas Hedges), un hombre proveniente del año 2470. La película no se detiene en detalles técnicos sobre la llegada de Eli o sus motivaciones. Lo esencial es que Ruby se encuentra de repente a solas con un ser que, aunque diferente, le ofrece la posibilidad de un afecto genuino. Esta diferencia, más que la tecnología, es lo que impulsa el interés del espectador, ya que la película explora cómo se construye una conexión cuando las barreras son tan profundas, no solo físicas sino también existenciales. La dirección de Perkins es sutil, casi minimalista. Evita los clichés del género y se enfoca en los pequeños detalles: las miradas, las gestos, las conversaciones fragmentadas que revelan la complejidad de los personajes.

Marisa Tomei ofrece una actuación absolutamente magistral. Ella no intenta adornar el papel de Ruby con heroísmos ni con sentimentalismos exagerados. La actuación de Tomei es llena de matices, transmite con precisión la vulnerabilidad, la esperanza y la desesperación de una mujer que ha perdido la fe en el amor y que se encuentra, contra todo pronóstico, con una nueva oportunidad. Lucas Hedges, por su parte, ofrece un desempeño tranquilo y natural. Su personaje es misterioso y distante, pero también posee una sensibilidad que permite al espectador empatizar con él. La química entre Tomei y Hedges es evidente, y la película se beneficia enormemente de la sutileza de sus interacciones.

El guion, aunque simple en su estructura, está repleto de pequeñas observaciones sobre la vida, la pérdida y la búsqueda de significado. Perkins no ofrece respuestas fáciles ni soluciones predefinidas. En cambio, presenta una serie de situaciones cotidianas que, en el contexto de la relación entre Ruby y Eli, adquieren una nueva dimensión. La película no pretende ser una celebración del amor romántico, sino más bien una reflexión sobre la naturaleza de la conexión humana y la importancia de la empatía. La película es un recordatorio de que, a pesar de la aparente inmensidad del universo y la complejidad de la tecnología, lo que realmente importa es la capacidad de conectar con otros seres humanos, incluso aquellos que son radicalmente diferentes a nosotros. Es una película para quedarse pensando.

Nota: 8/10