“Herida” (Wounds) es una película que, aunque inicialmente puede resultar inquietante y perturbadora, se revela con el tiempo como una disección visceral y, en última instancia, profundamente conmovedora. La obra del director Rodrigo Porteño no es un mero ejercicio de controversia, sino un estudio agudo sobre el deseo, la ambición y los límites de la moralidad, todo envuelto en una atmósfera de tensión constante. El filme explora con brutal honestidad las consecuencias del apetito descontrolado, la búsqueda de la satisfacción a cualquier coste y las distorsiones que la lujuria puede infligir en las relaciones humanas.
La dirección de Porteño es impecable. La película se construye como una narración en primera persona, a través de la cámara, lo que intensifica la sensación de implicación del espectador. La ausencia de un narrador tradicional obliga al público a forjar su propia interpretación de los eventos, lo que contribuye a la ambigüedad y al perturbador efecto de la película. La dirección de los planos es deliberadamente fría y objetiva en muchos momentos, precisamente para reflejar la mentalidad desinhibida de los personajes. Sin embargo, cuando se introduce la intimidad, la cámara se suaviza, capturando los detalles de las expresiones y los gestos, subrayando el impacto emocional de la acción. El uso del color, a veces desaturado y sombrío, y otras veces saturado en tonos cálidos, funciona como un reflejo del estado emocional de los personajes.
La película no depende de clichés de melodrama. Las actuaciones son crípticas y matizadas. Hugo Silva ofrece una interpretación magistral como el congresista Juan, un hombre aparentemente culto y respetable, pero atrapado en una lucha interna entre su ambición, su deseo y su conciencia. Su actuación, en particular, está cargada de sutileza, transmitiendo la angustia y la desesperación de un hombre que se siente consumido por sus propias pasiones. La interpretación de Ana Guerra como la joven prometida, Lucía, es igualmente poderosa, desarrollando un personaje que, aunque inicialmente aparece como un mero objeto de deseo, revela una inteligencia y una profundidad sorprendentes. Se percibe en cada escena la incomodidad y la resistencia de Lucía, la que, más allá del simple deseo, busca un sentido a su propia existencia. Las interacciones entre ambos personajes son tensas, cargadas de una atracción casi carnal que se filtra por encima de la moralidad, creando un diálogo tácito y visceral.
El guion, escrito por el propio Porteño y Carlos Marzal, es sorprendentemente inteligente. Evita caer en la glorificación del sexo o en la pedantería moralizante, concentrándose en explorar las motivaciones de los personajes y las consecuencias de sus actos. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que plantea preguntas incómodas sobre la naturaleza del deseo, la identidad y la responsabilidad. Se deja la interpretación del espectador, y el resultado final es una experiencia cinematográfica inquietante, compleja y memorable. Es una película que te perseguirá mucho después de que los créditos finales hayan rodado.
Nota: 8/10