“High-Rise”, la adaptación de la novela de J.G. Ballard, no es simplemente una película, es una experiencia visceral y perturbadora. Ben Wheatley no se limita a trasladar la angustia claustrofóbica de la historia original a la pantalla, sino que la amplifica a niveles asombrosos, creando una atmósfera de creciente horror psicológico que se instala en la mente del espectador y no la abandona fácilmente. La película, con un presupuesto modesto, demuestra que la verdadera maestría reside en la dirección y en la capacidad de generar tensión a través de la ambientación y el ritmo.
Wheatley domina la composición visual de cada escena, utilizando el encuadre y la iluminación para acentuar la sensación de aislamiento y opresión. La arquitectura de la Torre Elysium, un rascacielos ostentoso y artificial, se convierte en un personaje más, un símbolo de la decadencia y la pérdida de la humanidad. El uso de colores apagados, sombras alargadas y ángulos imposibles generan un impacto visual constante, reflejando el estado mental deteriorado de los habitantes. Lo que podría haber sido una simple película de terror se transforma en una radiografía de la psique humana en crisis, explorando temas como la deshumanización, la pérdida de control y el colapso social.
La banda sonora, con su mezcla de música electrónica y pasajes inquietantes, es un componente crucial para construir el ambiente de suspense. Pero es el reparto lo que realmente eleva la película. Tom Hiddleston, como el doctor Robert Laing, ofrece una interpretación cautivadora, transmitiendo la creciente paranoia y la desesperación de un hombre que se siente cada vez más incomprendido y aislado. La química entre Hiddleston y Olivia Cooke, que interpreta a Catherine Bell, es notable. Ambos actores logran evocar la complejidad de sus personajes, mostrando sus vulnerabilidades y sus motivaciones de una manera creíble. La presencia de Kyle Chandler, aunque limitada, aporta un toque de la autoridad que se desmorona, y la actuación de Elisabeth Shue como la vecina excéntrica es memorable. No obstante, la película no necesita a todos los personajes para desarrollar su argumento.
El guion de Ben Wheatley y Sam Pink, basado en la novela de Ballard, se adhiere fielmente al espíritu de la obra original, manteniendo la lentitud deliberada del desarrollo y la gradual escalada del horror. La película no se apresura a revelar sus secretos, permitiendo que la tensión crezca de forma orgánica. La complejidad del texto original es evidente, y Wheatley lo aborda con inteligencia, evitando la simplificación. Es una película que exige atención y que recompensa al espectador que se entrega a su atmósfera opresiva y a su inquietante reflexión sobre la naturaleza humana. “High-Rise” es una película que provoca, que incomoda, que permanece en la mente después de que los créditos finales han comenzado a rodar. Es una obra valiente y ambiciosa, que consolida a Ben Wheatley como uno de los directores más interesantes y originales de la actualidad.
Nota: 8/10