Hijos (2020)

“Hijos” no es una película que te conmueve de inmediato; es una experiencia que se filtra lentamente, como la lenta pero segura llegada del bebé que perturba la tranquilidad de una familia. El director Gianni Amelio nos presenta, en un primer momento, una Italia contemporánea y aparentemente normal, donde Nicola y Sara, un matrimonio consolidado, disfrutan de la vida, de la estabilidad, incluso de la aparente tranquilidad que supone tener una hija de seis años, Aurora. Pero bajo esa fachada, Amelio desentierra las complejidades, las dudas y las tensiones que se esconden detrás de la paternidad, y lo hace con una sensibilidad y una honestidad pocas veces vistas en el cine.

La dirección de Amelio es magistral. No recurre a melodramas baratos ni a clichés sentimentales. En cambio, se centra en la observación meticulosa de los personajes, en la transmisión de las micro-expresiones y los gestos que revelan sus verdaderos sentimientos. La película se construye en torno al crecimiento de Aurora, que, de repente, se convierte en un catalizador de cambios en la vida de sus padres. El bebé no es simplemente un bebé; es la encarnación del tiempo que pasa, de la pérdida de la juventud, de la reflexión sobre la propia existencia. Amelio utiliza un enfoque visual contemplativo, con largos planos que permiten al espectador sumergirse en la atmósfera de la casa y en las emociones de los personajes. Es una película que requiere paciencia, pero que recompensa a quienes se toman el tiempo para apreciar su profundidad.

Las actuaciones son sobresalientes, especialmente la de Alessandro Borghi como Nicola. Borghi ofrece una interpretación sutil y compleja, capturando con precisión la angustia, la frustración y la incertidumbre de un hombre que se enfrenta a la pérdida de su identidad. La interpretación de Alba Rohrwacher como Sara es igualmente conmovedora; su personaje refleja la lucha interna de una mujer que intenta equilibrar sus responsabilidades maternas con sus propios deseos y aspiraciones. La actuación de la niña protagonista, Gaia Gersbach, es, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Su mirada, su comportamiento, transmiten una vulnerabilidad y una inocencia que evocan la empatía del espectador. Es importante destacar también la presencia de actores secundarios, que enriquecen la trama y aportan autenticidad a la historia.

El guion, adaptado de un libro del mismo nombre de Sandro Ciucci, es el corazón de la película. No es una narración lineal, sino una serie de escenas interconectadas que exploran los diferentes aspectos de la paternidad: la alegría de descubrir el mundo a través de los ojos de un niño, la frustración de no poder satisfacer todas sus necesidades, la preocupación por su futuro, el miedo a no ser un buen padre. La película no ofrece respuestas fáciles ni juicios morales. Simplemente presenta la realidad compleja y a menudo dolorosa de ser padre, sin idealizar ni demonizar ninguna de las perspectivas. El desarrollo de la trama, aunque pausado, es impecable y mantiene al espectador en vilo, generando una tensión palpable que culmina en una resolución agridulce pero profundamente conmovedora.

Nota: 8/10