“Hombres de Nieve” (Force Majeure, en su título original) no es la película que uno espera cuando escucha la premisa: tres amigos buscando un récord Guinness intentando construir la figura más grande de un hombre de nieve en un entorno invernal. Sin embargo, la película de Felix van Groeningen y Charlotte Vandermeersch, en su esencia, es mucho más profunda y, en última instancia, mucho más resonante. La película, a pesar de su aparente sencillez, se mueve con una precisión psicológica inquietante, explorando las dinámicas familiares, la fragilidad de las relaciones y la forma en que el miedo puede distorsionar nuestra percepción de la realidad.
La dirección es magistral. Van Groeningen y Vandermeersch no recurren a la grandilocuencia visual ni a espectaculares efectos especiales. En su lugar, se centran en la atmósfera, utilizando la belleza cruda y el frío implacable del paisaje finlandés para reflejar el estado emocional de los personajes. La película se construye lentamente, permitiendo que la tensión se acumule con cada secuencia, cada mirada furtiva, cada intercambio de palabras cargado de ambigüedad. El uso del primer plano y la cámara subjetiva, especialmente durante la escena crucial de la avalancha, intensifica la sensación de claustrofobia y la angustia visceral de los personajes. El ritmo pausado y deliberado, aunque pueda resultar lento para algunos, es fundamental para el desarrollo de la historia y para la exploración profunda de las emociones.
Las actuaciones son, sencillamente, impecables. Ernest Westerhoff como Aksel, el protagonista, transmite con una sutileza sorprendente la confusión, el miedo y la culpa que lo atormentan. Su personaje evoluciona a lo largo de la película, revelando capas de complejidad y vulnerabilidad. Alicia Klepp Rasmussen como Helga ofrece una interpretación sólida, aportando un contrapunto a la inestabilidad emocional de Aksel. Sin embargo, es Johanna Rydberg quien se lleva la palma, encarnando a la matriarca de la familia, Karin, con una intensidad y una tristeza palpables. Su interpretación es la que verdaderamente da peso emocional a la historia. No se trata de personajes redimidos, sino de seres humanos imperfectos, atrapados en sus propios errores y miedos.
El guion, adaptado de la novela homónima de Jonas Jonasson, no es una narración lineal. Más bien, es una serie de fragmentos interconectados que revelan progresivamente la verdad detrás de lo que sucedió durante ese día en la nieve. La película se centra menos en el récord Guinness y más en la naturaleza de las relaciones y en cómo nuestras acciones pueden tener consecuencias imprevistas. La idea central, que se plantea sutilmente, es que la perfección en el amor y en la vida no existe, y que las máscaras que usamos para protegernos pueden ocultar verdades dolorosas. La trama, aunque a veces pueda parecer un poco retorcida, se basa en una sólida base psicológica que invita a la reflexión sobre el engaño, la culpa y la necesidad de ser honesto, incluso cuando el dolor es inevitable. La película plantea preguntas incómodas sobre la responsabilidad y el impacto que tenemos los demás en nuestras vidas, incluso cuando creamos que estamos actuando por un bien mayor.
Nota: 8.5/10