“Hungry Hearts” (El Gusanito) no es un drama fácil. Es una película que se instala bajo la piel y se aferra con una persistencia inquietante, como la propia enfermedad que su protagonista enfrenta. La dirección de Andrew Semans, en su primera película a gran escala, se distingue por su sutileza, un enfoque casi documental que permite que la angustia y el horror se revelen gradualmente, en lugar de lanzarse a la confrontación. No busca el melodrama grandilocuente, sino la intimidad brutal del sufrimiento, observando la relación entre Mina (Jessica Chastain), una profesora de yoga, y su hijo pequeño, Samuel (Thomasin McKenzie), con una mirada que te roba la capacidad de respirar.
La película, ambientada en un Nueva York cotidiano que se convierte en escenario de una tragedia silenciosa, se construye sobre la base de la desconfianza. La relación entre Mina y Jude (Lucas Hedges), el marido de Samuel, es compleja y llena de silencios incómodos, de miradas que no se encuentran. Semans construye un universo psicológico donde la paranoia y la duda acechan constantemente, alimentando la sensación de que algo terrible está a punto de ocurrir. La fotografía de Autumn Bjorsén es fundamental para esta atmósfera. Los colores son apagados, casi monocromáticos, y la iluminación es tensa, enfatizando la desesperación y el aislamiento de la familia.
Jessica Chastain ofrece una interpretación magistral, absolutamente desarmante. Su Mina es una mujer consumida por el amor y el miedo, una madre que lucha con todas sus fuerzas para proteger a su hijo, pero que a la vez se ve atrapada por la culpa y la incertidumbre. No es una heroína idealizada, sino una mujer vulnerable, frágil y completamente humana. Thomasin McKenzie, por su parte, entrega una actuación igualmente conmovedora, capturando con sutileza la inocencia y la vulnerabilidad de Samuel, a pesar de su estado excepcional. La interacción entre ambos es el núcleo emocional de la película, una danza silenciosa de amor, miedo y desesperación.
Si bien la película evita los clichés y los elementos de suspense convencionales, su ritmo pausado y la lentitud con la que se desarrolla la trama pueden resultar tediosos para algunos espectadores. El guion, coescrito por Andrew Semans y Ori Sepp, se centra en la representación del dolor y la angustia física y emocional, y en las consecuencias psicológicas de una enfermedad rara. La película no ofrece respuestas fáciles ni soluciones definitivas, sino que se limita a explorar la experiencia del sufrimiento humano en su forma más cruda y visceral. La narrativa, a pesar de su lentitud, es poderosa y reflexiva, invitando a una conversación sobre el amor incondicional, el miedo a la pérdida y la fragilidad de la vida.
Nota: 8/10