“Idiocracia” es una película que, a primera vista, puede resultar perturbadora y desestabilizadora, y no es extraño. La premisa, sacada directamente de un guion de Douglas Adams (en su versión original, la película del propio Adams se adaptó de un relato corto), es radicalmente inestable y, a menudo, francamente incómoda. La idea de un futuro distópico donde la inteligencia se ha convertido en un defecto y la estupidez es la nueva norma es una idea que no se explora con la profundidad que merecía, pero que aun así funciona como un inquietante espejo de nuestras propias sociedades.
La dirección de Frank Peroz y Christian Helmstaedt es, en gran medida, efectiva. Logran mantener un tono sombrío y ligeramente surrealista, que se complementa con las locaciones, que reflejan una decadencia palpable en la infraestructura americana. La película no se esfuerza por crear imágenes deslumbrantes; al contrario, su fuerza reside en la atmósfera opresiva que genera, en la sensación constante de que algo anda mal y que la normalidad es una ilusión. Sin embargo, a veces se permite excesos de estilismo visual que, en lugar de enriquecer la experiencia, la distraen. El uso de la paleta de colores, especialmente el azul apagado que impregna gran parte de la filmografía, crea una sensación de alienación y desasosiego que, en general, se mantiene durante toda la película.
Las actuaciones son, en su mayoría, sólidas. Michael Sheen ofrece una interpretación magistral como Joe Bawers, transmitiendo una mezcla de desesperación, frustración y, ocasionalmente, de humor negro. Su personaje, un hombre de negocios exitoso que ha sido catapultado a un futuro donde su inteligencia es una maldición, es el corazón de la película y Sheen lo interpreta con una sutileza que evita caer en la caricatura. Yolanda Ramirrez como Rita aporta una presencia vital y un contrapunto cómico a la oscuridad del entorno. La química entre los dos actores es notable y fundamental para que la relación entre Joe y Rita funcione.
El guion, aunque ingenioso y con momentos de brillantez, es donde la película realmente se queda corta. La trama se centra demasiado en la situación de Joe Bawers y su ascenso al poder, dejando de lado la exploración de las consecuencias de esta distopía. La película no se detiene a pensar en el “por qué” de la estupidez generalizada, ni en las implicaciones sociales, políticas o filosóficas de este mundo. El diálogo, en ocasiones, es artificial y expositivo. Aunque la idea de partida es fascinante, la película podría haber profundizado mucho más en la complejidad de la idea central, ofreciendo un análisis más crítico de los peligros de la estupidez y el control. El final, aunque abierto, es abrupto y poco satisfactorio, dejando demasiadas preguntas sin respuesta.
Nota:** 6/10