Il Divo (2008)

“Il Divo” no es un biopic en el sentido tradicional, ni una biografía que intente desmitificar o idealizar a Giulio Andreotti. Es, más bien, un retrato atmosférico, una disección psicológica que se adentra en la ambigüedad moral del hombre que, durante décadas, gobernó Italia y fue objeto de un debate ético que aún hoy sigue vivo. La película, dirigida con maestría por Paolo Sorrentino, se centra en la última etapa de la vida de Andreotti, en un manicomio donde se encuentra, atormentado por sus propios recuerdos y la sombra de las acusaciones que le persiguen.

Sorrentino se aleja deliberadamente de la cronología lineal, sumergiendo al espectador en una sucesión de recuerdos fragmentados y distorsionados. La narrativa no busca ofrecer explicaciones definitivas sobre los rumores de su relación con la mafia, sino que explora la compleja relación del personaje con la verdad, el poder y su propia consciencia. La dirección está exquisita: la fotografía de Luca Bigazzi es sombría y evocadora, utilizando la luz y la sombra para reflejar la dualidad de la personalidad de Andreotti, a la vez carismática y profundamente vulnerable. La película es visualmente rica, con planos largos y composiciones cuidadosamente elaboradas que invitan a la contemplación.

El reparto es excepcional, y Bruno Ganz, en su única y memorable aparición en la gran pantalla, ofrece una interpretación magistral del personaje. Su Andreotti es un ser enigmático, un hombre que lucha por mantener una máscara de indiferencia frente a la barbarie que es consciente de haber presenciado o, al menos, permitido. Las actuaciones de Alessandro Borghi como el anciano Marco, el encargado de cuidar a Andreotti, y de Valeria Bruni-Tedeschi como su esposa, también son destacables, aportando matices y profundizando en el drama familiar que está subyacente al personaje central.

El guion, coescrito por Sorrentino y el propio Marco Bellocchio, se centra en el diálogo interno del personaje, en sus reflexiones sobre el poder, la justicia y la memoria. No hay grandes momentos de acción o drama explosivo; la tensión se construye gradualmente, a través de la ambigüedad, los silencios y las miradas significativas. Sin embargo, esta es precisamente la fortaleza de la película: no intenta dar respuestas fáciles, sino que plantea preguntas incómodas sobre la responsabilidad individual y colectiva. La película fuerza al espectador a confrontar su propia posición ante la manipulación, la corrupción y la búsqueda de la verdad. El final, deliberadamente ambiguo, refleja la imposibilidad de alcanzar una comprensión total de la vida de Andreotti y, por extensión, de la propia Italia de su época. Se presenta una imagen desoladora de la dificultad de la redención y la persistencia de los fantasmas del pasado.

Nota: 8/10