Imagine (2009)

“Imagine” es una película que, a primera vista, parece una de esas historias sentimentales y con un mensaje moral que invitan a suspirar y a pensar en los tiempos modernos. Sin embargo, tras la primera impresión, emerge una obra sorprendentemente rica en detalles visuales, con un fuerte componente emocional y una dirección que, a pesar de sus fallos, logra mantener el interés del espectador. La película nos presenta a Richard Banks, un hombre consumido por el estrés y la ambición, atrapado en una vida profesional despiadada, despojado de la conexión genuina con su hija, Lily, una niña de siete años con una imaginación desbordante.

La dirección de Marc Meyers se distingue por su apuesta por la belleza visual. La película está repleta de imágenes oníricas y surrealistas que, a menudo, sirven como puerta de entrada al mundo imaginario de Lily. Los colores son vibrantes y la fotografía, en general, impecable. La paleta cromática, en particular, refleja el estado emocional de Richard, pasando por tonos fríos y apagados cuando está desconectado de su hija, hasta colores cálidos y luminosos cuando se aventura en su mundo imaginario. Meyers no se limita a la mera representación visual; las secuencias oníricas se integran perfectamente en la narrativa, no como adornos, sino como una herramienta fundamental para explorar las emociones del protagonista. Sin embargo, la película a veces se complica demasiado en este aspecto, llegando a puntos donde la sobreexposición de los efectos visuales resta fuerza a la historia. Es una apuesta visual arriesgada que, a veces, se sale de razón.

Las actuaciones son otro de los puntos fuertes de “Imagine”. John Hamm ofrece una interpretación magistral como Richard Banks. Hamm logra transmitir la angustia, el vacío y la desorientación de un hombre que ha perdido el rumbo, sin caer en estereotipos. Su evolución a lo largo de la película es palpable, y su entrega actúa como el motor de la trama. Ello se debe, en parte, a su capacidad para mostrar vulnerabilidad, un rasgo que a menudo se oculta tras la imagen de hombre de negocios exitoso. Maggie Gyllenhaal, como la voz de la imaginación de Lily, aporta una delicadeza y una sinceridad que contrastan con la frialdad inicial del personaje de Hamm. La química entre ambos actores es fundamental para el éxito de la historia. No obstante, la voz de Lily, aunque bien interpretada, a veces resulta un poco artificial, limitando la inmersión del espectador.

El guion, en general, es sólido, pero con algunas fallas. La premisa, aunque interesante, es algo repetitiva y carece de originalidad. La exploración de la relación padre-hija, por otro lado, es convincente y, en ocasiones, conmovedora. Sin embargo, el ritmo de la película es desigual. Hay momentos de gran intensidad emocional, seguidos de pasajes más lentos y contemplativos, lo que puede resultar frustrante para algunos espectadores. El clímax, aunque visualmente impactante, podría haber sido más trabajado para maximizar su impacto emocional. Además, la resolución final, aunque dulce, resulta un poco simplista y excesivamente moralizante. El guion se centra mucho en la transformación del protagonista, relegando un desarrollo más profundo de la personalidad de Lily.

Nota: 7/10