“Impávido” (Raw) no es una película para tomarse a la ligera. Es un torbellino visceral, una inmersión total en el submundo criminal de Los Ángeles, salpicada de violencia brutal y un ritmo implacable que te presiona hasta el límite. La película, a pesar de su premisa aparentemente sencilla, logra construirse como una de las thrillers más inquietantes y memorables de los últimos tiempos. Su propuesta original, una historia de venganza con un giro inusual, se centra en Ray (Aaron Taylor-Johnson), un joven y taciturno ladrón que, en un día especialmente desastroso, termina estrellando un coche robado lleno de dinero que debía usar para pagar a un peligroso jefe de la mafia, Mikima.
La dirección de Hossein Aryafar es magistral. La película no se conforma con mostrar la violencia; la disecciona, la analiza y la presenta como un elemento casi inevitable en la vida de Ray. La utilización del encuadre, el uso de la luz y la oscuridad, y la banda sonora experimental crean una atmósfera de constante tensión. Hay momentos donde la película parece respirar con la desesperación de Ray, y la cámara no se aparta de él ni un instante. El director consigue transmitir la sensación de que cada escena es una batalla por la supervivencia. Aryafar domina la técnica cinematográfica, pero lo más importante es que la película se siente cruda, honesta y, sobre todo, real.
Aaron Taylor-Johnson ofrece una actuación deslumbrante. Su Ray es un personaje frío, retraído, que se ve obligado a salir de su zona de confort. Taylor-Johnson no recurre a clichés de acción heroica; en lugar de eso, nos presenta a un individuo completamente inadaptado, que lucha por mantener el control en un mundo que le ha roto la moral. Su mirada es el eje central del personaje, transmitiendo un dolor y una soledad profundos. Se observa a un Ray que no busca la gloria, sino simplemente la supervivencia. El resto del reparto, especialmente Jack Reynor, se integra perfectamente en el caos de la trama, aportando personajes secundarios complejos y memorables.
El guion, escrito por Ben Ketai y Sean Devereaux, es brillante. La historia avanza con una fluidez asombrosa, salpicada de giros inesperados que mantienen al espectador al borde del asiento. No se pretende justificar las acciones de Ray, pero sí se busca comprender las motivaciones que lo impulsan. La trama, aunque centrada en la violencia, también explora temas como la moralidad, la redención y las consecuencias de las decisiones tomadas. La película no se detiene en explicaciones exhaustivas, optando por mostrar y sugerir, dejando que el espectador complete los detalles. La sensación de inmediatez es palpable, como si estuviéramos presenciando los eventos en tiempo real, lo que aumenta el impacto emocional de la película.
Nota: 8.5/10