“Indomptable Angélique” es una película que, a pesar de su origen en la década de 1970, se siente sorprendentemente fresca y vibrante, ofreciendo un thriller de aventuras de época que, en su momento, prometía y cumplió. Michèle Mercier, en el papel central, ofrece una interpretación cautivadora de Angélique, una mujer fuerte, inteligente y decidida que se niega a ser intimidada por las circunstancias ni por los hombres que intentan controlarla. Su Angélique no es una damisela en apuros; es una líder, una guerrera y una observadora aguda, cualidades que Mercier transmite con una vitalidad que desafía a la época en la que se sitúa la trama. Robert Hossein, como Joffrey de Peyrac, aporta la robustez y la valentía necesarias al rol, aunque a veces se siente un poco estereotipado en su figura de héroe noble. Sin embargo, su química con Mercier es innegable y la dinámica entre los dos personajes es el corazón palpitante de la película.
La película se adentra en una conspiración que, aunque no particularmente original en su premisa, está bien ejecutada y mantiene el interés del espectador. La trama, centrada en la amenaza a la estabilidad de Francia, se desarrolla a un ritmo ágil y constante, con giros inesperados que evitan que la historia se vuelva predecible. La dirección de Jacques Tourneur (aunque en la versión francesa, no la estadounidense) es precisa y efectiva, creando una atmósfera de tensión constante y empleando de manera magistral las persecuciones y los tiroteos que son sello distintivo del género. La película es, en gran medida, un producto de su tiempo, un reflejo de la estética y la estética de los thrillers de acción que dominaban las pantallas de Hollywood y París.
Sin embargo, la película no está exenta de defectos. El guion, a pesar de ser funcional, carece de la profundidad y el matiz que podrían haber enriquecido la historia. Algunos diálogos resultan un poco torpes y el desarrollo de algunos personajes secundarios es superficial. No obstante, la película compensa con creces estas deficiencias gracias a su ritmo trepidante, su banda sonora evocadora y su impecable puesta en escena, que transporta al espectador a un Francia del siglo XVII llena de intrigas palaciegas, batallas sanguinarias y duelos aristocráticos. La fotografía, con sus tonalidades oscuras y su uso magistral de la luz, contribuye a crear un ambiente de misterio y peligro ineludible. El trabajo de diseño de producción es particularmente notable, recreando con fidelidad la atmósfera de la época y ofreciendo un festín visual para el ojo del espectador. La película, en definitiva, es un entretenimiento sólido, una joya olvidada que merece ser redescubierta, especialmente para los amantes del cine de aventuras de época.
Nota: 7/10