“Infierno bajo el agua” es una experiencia cinematográfica visceral y claustrofóbica, que logra sumergir al espectador en la desesperación y el horror de un desastre natural. La película, dirigida con precisión por Michael Pearce, no se dedica a glorificar la fuerza del huracán, sino a explorar el impacto psicológico de la supervivencia en un entorno cada vez más hostil. Desde el primer momento, la atmósfera es densa, construida con una paleta de colores apagados, el sonido implacable de la tormenta y la banda sonora que te perfora el pecho. No es una película que te entretenga con efectos especiales grandilocuentes; su verdadero poder reside en la tensión constante y en la sensación de que, en cualquier instante, el mundo tal y como lo conoces se va a desmoronar.
La película se centra en la relación entre Haley (Kaya Scodelario), una joven de espíritu valiente pero frágil, y su padre, Robert (Barry Pepper), un hombre endurecido por la vida y con un pasado que lo atormenta. Su encuentro es agridulce: la necesidad de protegerse mutuamente frente a la devastación, pero también el peso de las heridas emocionales que los han unido. Scodelario ofrece una interpretación particularmente potente, logrando transmitir la desesperación, el miedo y la determinación de Haley con una sutileza admirable. Pepper, por su parte, equilibra la dureza con momentos de vulnerabilidad que le otorgan profundidad al personaje. La química entre ambos actores es palpable y fundamental para el impacto emocional de la historia. La relación no es idealizada; están lejos de ser héroes, son dos personas luchando por sobrevivir, a veces enfrentándose con agresividad, otras veces encontrando consuelo en la compañía del otro.
El guion, adaptado de un relato de Paul Finch, es conciso y directo, evitando la sobreexposición y los clichés del género. Se centra en la supervivencia, la lucha por el control y la fragilidad de la condición humana. Las escenas de persecución con los caimanes, aunque no se basan en grandes efectos visuales, son increíblemente efectivas gracias al sonido y la dirección de fotografía, que intensifican la sensación de peligro inminente. Pearce no necesita mostrar la violencia explícitamente; lo suficiente es insinuarla para crear una atmósfera de horror palpable. La película explora, además, con cierta profundidad el trauma y el papel del pasado en la capacidad de afrontar la adversidad. Robert, con su pasado oscuro, se convierte en un espejo de las decisiones que Haley deberá tomar para sobrevivir.
Aunque la trama es predecible en algunos momentos, la película se salva por su atmósfera opresiva y su enfoque en los personajes. La claustrofobia del entresuelo, la amenaza constante de los caimanes, la lluvia torrencial y la falta de esperanza son elementos que logran generar un terror psicológico que se aferra a la mente del espectador. “Infierno bajo el agua” no es un espectáculo visual, sino una experiencia auditiva y emocionalmente intensa. Es una película que te hace cuestionar lo que realmente vale la pena luchar y lo que estamos dispuestos a hacer para sobrevivir. Se aleja de las explosiones y los efectos especiales grandilocuentes para centrarse en la capacidad del ser humano para resistir, una capacidad que se pone a prueba hasta el límite.
Nota: 7/10