“Io, Leonardo” no es una biografía tradicional, ni mucho menos un biopic con grandilocuentes momentos dramáticos. Es, en cambio, una invitación íntima, casi un diálogo filosófico, a adentrarnos en la mente de Leonardo da Vinci a través de un fragmento específico de su vida: los últimos años de su vida, marcados por la soledad, la reflexión y la constante búsqueda de la perfección. La película, dirigida con sensibilidad por Michele Placido, se centra menos en los logros artísticos reconocidos – aunque se tocan con suficiente elegancia – y más en el proceso creativo, en el arduo trabajo intelectual y en las dudas que atormentaban al genio florentino. Esta elección narrativa, aunque arriesgada, resulta ser la fuerza principal y, a mi juicio, la razón por la que la película se distingue de otras representaciones del artista.
Luca Argentero se erige como un Leonardo sorprendentemente convincente. No busca imitar la imagen icónica del artista, sino ofrecer una interpretación más humana y vulnerable. Se nota la fragilidad del personaje, la lucha interna por controlar sus impulsos creativos y la constante insatisfacción con sus propias obras. Argentero consigue transmitir la complejidad de un hombre que, a pesar de su inmenso talento, se percibía a sí mismo como un ser imperfecto. La química entre Argentero y Anna Foglietti, quien interpreta a Maddalena, su musa y compañera de vida, es palpable y aporta una dimensión emocional a la película que a veces le falta. El resto del elenco, con Massimo De Lorenzo como Salai, el aprendiz problemático, y Francesco Pannofino como Federigo da Montepulciano, cumple su función con naturalidad y evita caer en clichés.
La dirección artística y la fotografía son impecables. La película se sumerge en la atmósfera del Renacimiento, recreando con detalle los talleres de Leonardo, los jardines de Milán y las calles de Florencia. El uso de la luz y la sombra es magistral, evocando la complejidad de la mente del artista. Sin embargo, el guion, escrito por el propio Argentero, a veces tropieza con la densidad. La abundancia de reflexiones filosóficas y científicas, aunque respetable, puede resultar abrumadora para el espectador que busca una narración más lineal y directa. Se echan de menos momentos de acción o drama que pudieran intensificar la experiencia visual. A pesar de ello, la película consigue mantener la atención gracias a la sólida interpretación de Argentero y a la atmósfera evocadora que crea.
En definitiva, “Io, Leonardo” es una película estimulante y, en cierto modo, conmovedora. No es una obra maestra del cine, pero sí una representación original y personal del genio de Leonardo da Vinci. Es una oportunidad para cuestionar la idea romántica del artista genial, mostrando al hombre detrás del mito, con sus dudas, sus obsesiones y su constante búsqueda de la perfección. A pesar de sus fallos, es una película que merece la pena ver, especialmente para aquellos interesados en la historia del arte y la ciencia.
Nota: 7/10