“Irati” es un vestigio de épica histórica, una película que, aunque intentando evocar la grandiosidad de las migraciones y las tensiones religiosas de la época vasca, se queda en gran medida en una representación algo estática y visualmente impresionante pero emocionalmente distante. La película, dirigida por Jon Moro, nos transporta al año 778, un período convulso marcado por la expansión del imperio franco y la resistencia feroz de los vascos, quienes, en busca de apoyo, recurren a las deidades ancestrales. La película se centra en el relato de Ito (Antoine Dupont), un caudillo vasco que, ante la inminente amenaza, implora a Irati, la diosa de la montaña, que interceda por su pueblo.
Moro ha logrado crear una atmósfera visualmente cautivadora. Los paisajes pirenaicos, grandiosos y salvajes, son la verdadera protagonista de la película. La fotografía de Pablo Perdiz es exquisita, utilizando la luz y la sombra para crear un sentido de misterio y peligro inmenso. La banda sonora, compuesta por Fernando Velazquez, con resonancias celtas y medievales, complementa a la perfección la imponente belleza del entorno y la sensación de amenaza constante. Sin embargo, la estética, por sí sola, no logra compensar las deficiencias del guion. La narrativa se mueve con lentitud, a veces excesiva, y se basa demasiado en la contemplación de la naturaleza, dejando que el drama se desvuelva en la contemplación. El ritmo pausado, aunque intenta reflejar la lentitud y la resiliencia del pueblo vasco, termina por resultar tedioso para el espectador. La película, por momentos, parece más un documental sobre un paisaje que una historia.
Las actuaciones son sólidas, especialmente la de Antoine Dupont, quien encarna a Ito con una dignidad y una determinación que transmiten. Dupont aporta un porte y una presencia imponente, pero el guion no le ofrece suficientes oportunidades para explorar la complejidad de su personaje. La interpretación de la joven Irina Bjørshol como Irati es correcta, aunque carece de profundidad. El resto del reparto cumple su función, pero la ausencia de personajes secundarios realmente memorables contribuye a la sensación de frialdad emocional. El conflicto central, la negociación con la diosa, se presenta de forma directa y sin matices, reducida a rituales y a la entrega de sacrificios. Se podría haber explorado más la ambivalencia moral de Ito y la desesperación de su pueblo, así como el posible costo de invocar a las deidades.
En definitiva, “Irati” es una película visualmente deslumbrante, pero narrativamente superficial. Si buscas un espectáculo cinematográfico con paisajes impresionantes, te cautivará. Sin embargo, si buscas una historia con personajes complejos y un desarrollo emocionalmente satisfactorio, es probable que te sientas decepcionado. Es un intento de evocar un pasado mitológico y cultural, pero, a pesar de su belleza, no logra conectar con el espectador de una manera profunda y duradera. La película se queda en un plano meramente técnico, perdiendo la oportunidad de convertirse en una épica conmovedora.
Nota: 6/10