“Iron Sky: The Coming Race” es una película que se inserta en un nicho muy particular del cine de ciencia ficción, un espacio que ocupa con audacia, rareza y, a veces, desdén por las convenciones. Se trata de una obra que no busca ser accesible o confortable para el espectador promedio; más bien, ofrece una experiencia visualmente impactante y conceptualmente desafiante, aunque a costa de ciertos tropiezos narrativos.
La dirección de Oliver Neumann es, sin duda, el punto fuerte de la película. Neumann demuestra un dominio absoluto del espacio, creando una atmósfera opresiva y surrealista. El uso de la luz y la sombra, combinado con la inmensidad del paisaje lunar, es asombroso. La base nazi, convertida en un laberinto de pasillos y laboratorios abandonados, se siente real y amenazante. La película explora a su vez la dicotomía entre el pasado y el presente, utilizando elementos visuales que evocan tanto la grandeza de la tecnología alemana como el horror del Holocausto, creando una tensión constante. La banda sonora, minimalista y atmosférica, refuerza este efecto, intensificando la sensación de inquietud.
Las actuaciones son sobresalientes. Daniel Olmos, como el protagonista, Ted, transmite la desesperación y el coraje de un hombre que lucha por la supervivencia de la humanidad. La película recurre a un elenco internacional y lo hace con éxito, y el peso dramático recae en los actores, que cumplen con creces las expectativas. Sin embargo, el guion, aunque ambicioso en sus ideas, es donde la película más resiente la falta de pulido. Las tramas secundarias, a pesar del potencial que tienen, se desvanecen en la narrativa principal, y algunos diálogos son torpes y poco naturales. El desarrollo de los personajes, en general, es superficial, lo que dificulta la conexión emocional con ellos.
El concepto central de la película, la existencia de una Tierra Hueca y la conexión entre la humanidad y los Vril, es fascinante y se explora con un enfoque original. La idea de una raza reptil cambiante y la utilización de dinosaurios como soldados evocan imágenes de ciencia ficción clásica, pero con una vuelta de tuerca que la hace única. La película no se limita a imitar o parodiar, sino que construye un universo propio con sus propias reglas y su propia lógica. No obstante, la ejecución de estas ideas a veces se ve comprometida por la falta de coherencia interna y un ritmo narrativo irregular. El exceso de información, vertida sobre el espectador con una frecuencia que, en ocasiones, resulta abrumadora, contribuye a este problema.
En definitiva, “Iron Sky: The Coming Race” es una película peculiar y estimulante, que recompensa la paciencia del espectador dispuesto a sumergirse en su universo extraño y a aceptar sus defectos. Si bien no es una obra maestra, su originalidad visual y conceptual la convierten en una experiencia cinematográfica memorable, que invita a la reflexión y al debate.
Nota: 7/10