Jack (1996)

“Jack” es, en su esencia, una película agridulce, una meditación sobre el tiempo, la mortalidad y la fragilidad de la existencia, envuelta en una premisa extraordinariamente llamativa. La idea de un niño, Jack, que prematuramente ha envejecido cuatro veces más rápido que sus compañeros, es radical y, a primera vista, un terreno fértil para una comedia o, peor aún, un melodrama simplista. Sin embargo, director Alex Garland (autor de “Ex Machina”) logra construir una narrativa sorprendentemente sutil y compleja que desafía las expectativas del espectador y le obliga a reflexionar sobre el significado de la vida, el valor del tiempo y la aceptación de la propia muerte.

El film se centra en la vida de Jack (Noah Jupe, absolutamente brillante), un joven de 12 años que, debido a un misterioso y, en última instancia, no explicado, trastorno, se ve obligado a crecer a un ritmo exponencialmente acelerado. Su familia, encabezada por su madre, Nora (Diane Kruger), intenta protegerlo de la atención pública y, sobre todo, de su propio dolor, creando una burbuja de normalidad alrededor de Jack. La dirección de Garland es notablemente contemplativa, utilizando largos planos secuencia y una paleta de colores apagados para reflejar el aislamiento y la melancolía que envuelven a la familia. El ritmo es deliberadamente lento, permitiendo que la angustia se filtre gradualmente en el espectador, sin recurrir a artificios dramáticos. El uso de la fotografía, especialmente en las escenas al aire libre, es bello pero inquietante, contrastando la juventud aparente de Jack con la obsolescencia que refleja su realidad interior.

Las actuaciones son excepcionales. Jupe ofrece una interpretación conmovedora y matizada, transmitiendo con creces la confusión, el miedo y la tristeza de un niño atrapado en un cuerpo que no es su propio. Kruger, por su parte, interpreta a Nora con una profunda vulnerabilidad, mostrando el peso del dolor y la desesperación de una madre que ve a su hijo marchitarse ante sus ojos. La relación entre Jack y su abuela, Elsie (Kathy Bates), es el corazón emocional de la película, un refugio de afecto y aceptación que contrasta con la alienación que experimenta Jack en su entorno. Elsie, con su sabiduría ancestral y su actitud pragmética hacia la muerte, se convierte en una figura clave para comprender la verdadera naturaleza del protagonista.

El guion, a pesar de su premisa tan audaz, es el elemento más cuestionable. La película evita ofrecer explicaciones fáciles o soluciones convenientes al misterio del trastorno de Jack. La ambigüedad es intencionada, forzando al espectador a confrontar las propias preguntas sobre la vida y la muerte, sin proporcionar respuestas preconcebidas. Si bien esta deliberada falta de resolución puede resultar frustrante para algunos, contribuye al tono general de la película, que es más una exploración filosófica que un relato narrativo tradicional. La película se centra en el *cómo* de vivir, no en el *por qué*. Es una obra que invita a la reflexión, a la aceptación y a la búsqueda de significado en un mundo inherentemente efímero. El final, particularmente, es una revelación impactante y profundamente triste, dejando al espectador con un sentimiento de profunda melancolía.

Nota: 8/10