“Jacques” es una película que se te queda en la memoria como un eco distante, una sensación melancólica de belleza perdida y de la inevitable confrontación entre el idealismo y la realidad. La historia, ambientada en la Francia de la posguerra, sigue a Jacques Cousteau, el pionero de la exploración subacuática, durante un periodo crucial de su vida, marcado por el éxito profesional y el creciente conflicto con su hijo Philippe. La película, con una atmósfera particular, logra evocar la esencia de una época en la que la aventura y el descubrimiento se combinaban con una inocencia que, inevitablemente, se ve corroída por las consecuencias de los avances tecnológicos.
La dirección de Jean-Pierre Melville es exquisita y sutil. No hay grandilocuencia ni explosiones visuales, sino una atención meticulosa a los detalles que transmiten la belleza y la fragilidad del Mediterráneo y del mundo marino. Melville, conocido por su estilo noir, aporta una elegancia contemplativa al relato, utilizando un ritmo pausado y una paleta de colores apagados que reflejan la incertidumbre y el desgaste emocional de los personajes. La filmación, con sus planos largos y abiertos, invita al espectador a sumergirse en el universo de Jacques, a sentir la brisa marina y el peso del agua. Se nota la influencia del cine documental, un elemento que realza la autenticidad de las escenas de buceo y explora la fascinación de Jacques por la vida marina de una manera conmovedora.
La actuación de Pierre Anglén, quien interpreta a Jacques, es soberbia. Anglén transmite con maestría la intensidad de su personaje, la frustración de un hombre brillante que se siente incomprendido y la profunda conexión que siente por el mar. Su interpretación es especialmente potente en los momentos de confrontación con Philippe, donde el amor paternal se ve empañado por la divergencia de ideas. Samuel Banchard, como Philippe, ofrece una interpretación más contenida, pero igualmente convincente. La relación entre padre e hijo es el núcleo emocional de la película y la tensión entre ambos se siente constantemente, generando un conflicto que es tanto personal como representativo de la época. El papel de Sabine, la esposa de Jacques, interpretada por Simone Signoret, es fundamental para el equilibrio emocional de la historia, aportando una dosis de sensatez y compasión al drama familiar.
El guion, adaptado de la autobiografía de Cousteau, es inteligente y evita caer en simplismos. Presenta una reflexión sobre el progreso científico y sus implicaciones para el medio ambiente de forma sutil pero contundente. La película no juzga ni idealiza a Jacques, sino que lo muestra como un hombre complejo, con contradicciones y debilidades. La trama no se centra únicamente en las aventuras submarinas, sino que explora las relaciones familiares y el impacto de la guerra en la sociedad. El final, abrupto y trágico, es particularmente impactante y obliga al espectador a reflexionar sobre las consecuencias de la ambición y la falta de visión a largo plazo. La película, en definitiva, es un relato sobre el costo de la exploración y la necesidad de un equilibrio entre el avance tecnológico y la preservación de la naturaleza.
Nota: 8/10