Joika (2023)

“Joika” es, sin duda, una de esas películas que te acompañan mucho después de que los créditos han terminado de rodar. No se trata de un espectáculo visual deslumbrante, ni de un melodrama convencional. Es, en su lugar, una inmersión profunda en el mundo despiadado y exigente de la Academia Bolshoi, un lugar donde los sueños se materializan y se aplastan con igual facilidad. La película, dirigida por Egor Tašarov, no glorifica el ballet; lo expone en toda su crudeza, su obsesión y su capacidad para consumir la vida de quienes se atreven a perseguirlo.

La historia de Joy Womack, interpretada con una intensidad palpable por la actriz estadounidense Joy Drayton (conocida como Joy Womack en la película), es fascinante desde el principio. Su llegada a Moscú es un choque cultural inmediato, una confrontación con una tradición artística rígida, hierática y, a menudo, brutal. La película no se limita a mostrar las largas jornadas de ensayo y los estrictos requisitos de la academia. Vemos la presión constante sobre los bailarines, el miedo al fracaso, las lesiones físicas y, sobre todo, la lucha por mantener la propia identidad en medio de un sistema que busca moldearlos a su imagen. Tašarov logra capturar esa atmósfera claustrofóbica, ese sentimiento de estar atrapado en una jaula dorada.

La dirección de Tašarov es inteligente y atmosférica. Utiliza la luz, el color y el encuadre para construir un ambiente opresivo y melancólico. Las escenas de ensayo son especialmente efectivas, con una coreografía que se siente casi como una tortura. No se rehúye a mostrar los aspectos más sombríos del ballet, las discusiones acaloradas entre el director, el profesor de técnica y los bailarines, las relaciones de poder injustas. La película se beneficia enormemente de la música, compuesta por Michael Nyman, que se integra perfectamente en la narrativa, amplificando las emociones y el ambiente general. Los cambios de tono musical, a menudo abruptos, se utilizan con maestría para presenciar momentos de esperanza y desesperación.

Las actuaciones son sobresalientes en general. Sin embargo, la interpretación de Joy Drayton es la que realmente destaca. Su viaje de la ambición desmedida a la vulnerabilidad y la auto-realización es complejo y convincente. El resto del elenco también ofrece interpretaciones sólidas, con una especial mención a Vladislav Rogov, quien interpreta al director del ballet, un hombre duro y distante pero que, en el fondo, parece sentir una cierta admiración por la joven Joy. La película no busca simplificaciones, a pesar de que el personaje de Joy es el que tiene más protagonismo; los demás bailarines, aunque menos desarrollados, tienen momentos de fuerza y de humanidad.

En definitiva, “Joika” no es un ballet tradicional. Es una película sobre el arte, la ambición, la pérdida y la búsqueda de la autenticidad. Es una película que te obliga a reflexionar sobre el precio que estamos dispuestos a pagar por nuestros sueños. No es fácil de ver, pero es indudablemente memorable. La película tiene un ritmo pausado que permite que el espectador se sumerja en la historia y en la atmósfera opresiva de la academia.

Nota: 8/10