Jóvenes ocultos (1987)

“Jóvenes ocultos” (Stalker, en su título original) no es la típica película de terror adolescente. Si bien tiene elementos de suspense y una atmósfera inquietante que la recuerdan a obras como “The Babadook” o “It Follows”, la película de Gavin Booth se centra mucho más en la disrupción psicológica y el deterioro de la relación familiar que en el gore o los sustos repentinos. El resultado es, en mi opinión, una experiencia cinematográfica mucho más sutil pero también, para muchos, más efectiva. Es una película que te instala en la incomodidad desde el principio y no te abandona hasta el final.

La dirección de Booth es impecable, logrando crear un ambiente opresivo y claustrofóbico desde la primera escena. Utiliza una paleta de colores apagada, predominando los tonos grises y ocres, que refuerzan la sensación de melancolía y pérdida. La película no se centra en mostrar constantemente lo que está sucediendo; en cambio, se basa en sugerencias visuales y en el uso inteligente de la música, principalmente un tema recurrente y perturbador, para construir el miedo. El uso de la cámara, a menudo lenta y contemplativa, nos permite observar el impacto de los cambios en Michael, capturando su desorientación y su progresiva desconexión de la realidad. Es una dirección que sabe jugar con el espectador, dejando que la imaginación rellene los espacios entre lo que se muestra explícitamente.

El núcleo de la película reside en la actuación de Jackson Robert Scott como Michael. Su interpretación es magistral. Scott transmite con una naturalidad sorprendente la transformación progresiva de su personaje, pasando de ser un chico normal a un individuo atormentado y, en última instancia, en peligro. No se trata de un ‘acting’ exagerado o teatral, sino de una sutil evolución que se percibe en cada mirada, en cada movimiento, en cada inflexión de la voz. La química entre Scott y Piper Rubio, que interpreta a Sam, también es notable, capturando la frustración y el miedo de la hermana al ver el sufrimiento de su hermano. Mientras que Rubio podría tener un papel más proeminente en otros trabajos, aquí demuestra una gran versatilidad, aportando la vulnerabilidad y la tenacidad necesarias para encarnar a Sam, la hermana que lucha por comprender lo que le está sucediendo.

El guion, adaptado de la novela homónima de Nathan Balling, es donde la película realmente brilla. La historia, aunque aparentemente sencilla, explora temas complejos como la identidad, la adolescencia, el trauma y la fragilidad de las relaciones familiares. El ritmo es deliberadamente pausado, lo que permite que los personajes y sus dilemas se desarrollen de forma orgánica. El final, aunque abierto a la interpretación, es impactante y te deja con una sensación de inquietud que perdura mucho después de que los créditos finales han comenzado a rodar. No ofrece respuestas fáciles y, en ese sentido, es una de las pocas películas de terror que realmente te hacen reflexionar sobre el significado de lo que has visto. Se aleja de los clichés del género y se adentra en territorios más oscuros y personales.

Nota: 8/10