Juana de Arco (1999)

“Juana de Arco” (Joan of Arc) de Bertrand Bonmarche no es la épica reivindicación histórica que muchos esperaban, ni tampoco una biografía tradicional. Más bien, es una película meditativa, casi onírica, que se sumerge en la mente y la percepción de una joven que, creyéndose guiada por Dios, se enfrenta a la brutal realidad de la guerra. Bonmarche opta por un estilo visual austero, con una fotografía en blanco y negro que evoca el siglo XV, y una paleta de colores restringida, reforzando la atmósfera de introspección y aislamiento.

La película se centra principalmente en el proceso interior de Juana, interpretada con una intensidad palpable por Romi Thomas. No se ve demasiado a la Doncella de Orleáns luchando físicamente, lo que inicialmente podría resultar decepcionante para aquellos esperando una película de acción. Sin embargo, la fortaleza de Thomas reside en transmitir la creciente convicción religiosa de Juana, su confusión, su vulnerabilidad y su determinación a través de miradas, gestos y silencios. La película explora la naturaleza de la fe, la influencia del entorno y el impacto de la guerra en la psique de una joven campesina. La película casi se siente como un monólogo interior, un viaje hacia la locura y la certeza.

El guion, aunque deliberadamente lento y a veces contemplativo, logra, en gran medida, capturar la ambigüedad de la historia de Juana. Bonmarche no juzga ni romantiza a la Doncella. No le ofrece una justificación dogmática para sus acciones, sino que presenta una visión matizada de una joven que, influenciada por la fe y las circunstancias, toma decisiones drásticas. La película no intenta responder a preguntas fáciles sobre la legitimidad de su misión o la naturaleza de sus visiones. En cambio, se centra en el choque entre la percepción subjetiva de Juana y la realidad objetiva de la guerra, creando un clima de tensión constante.

La dirección de Bonmarche es magistral en su capacidad para evocar una sensación de opresión, tanto física como psicológica. Los planos largos, la música minimalista y la ausencia de diálogos superfluos contribuyen a la atmósfera de claustrofobia y desesperación que impregna la película. El uso de la luz y la sombra es particularmente efectivo, jugando con la idea de la divinidad y la oscuridad de la guerra. La banda sonora, compuesta por Nils Frahm, es minimalista pero poderosa, reforzando el impacto emocional de las escenas. Sin embargo, la lentitud del ritmo podría no resultar atractiva para todos los espectadores, y la falta de contexto histórico refuerza la necesidad de complementarla con una investigación previa.

En definitiva, “Juana de Arco” es una película provocadora y estimulante que invita a la reflexión sobre temas como la fe, la guerra, la identidad y el poder de la convicción. No es un espectáculo para el entretenimiento pasivo; es una experiencia cinematográfica que exige la atención y la empatía del espectador. Es una obra que perdura en la memoria mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar.

Nota: 7/10