Juego de lágrimas (1992)

“Juego de lágrimas” (1988) no es un thriller de acción convencional, sino una exploración inquietante de la empatía y la fragilidad humana en medio de la violencia. La película, dirigida con una sensibilidad sorprendente por Terence Davies, opta por un tono melancólico y contemplativo, alejándose de los cliches del género y construyendo una atmósfera de tensión sutil y persistente que te aferra desde el principio. La película no se centra en la acción explosiva, sino en la silenciosa conexión que se establece entre Thomas (Ian Holm) y Fergus (Christopher Walken), dos hombres atrapados por circunstancias opuestas pero igualmente desamparados.

La dirección de Davies es magistral en su uso del espacio y el silencio. Las largas tomas, muchas de ellas en interiores y con una iluminación suave, permiten que la relación entre Thomas y Fergus se desarrolle de manera natural e inmersiva. Davies se abstiene de juzgar a ninguno de los dos, presentándolos como individuos complejos y atormentados por sus propias heridas. La película, en esencia, es un estudio de personajes más que una historia de secuestros. El uso de planos cerrados para enfatizar la vulnerabilidad de Thomas y de las conversaciones, contrasta fuertemente con la frialdad y la deshumanización que se intuye en el grupo de terroristas, lo que intensifica el drama. Davies consigue, además, evocar el ambiente británico de la época con un detallismo que va más allá de la estética; se siente la melancolía, la incertidumbre y la sensación de un país en constante conflicto.

Las actuaciones son excepcionales. Ian Holm ofrece una interpretación conmovedora como Thomas, un hombre con una inteligencia aguda y un profundo sentido del humor, pero también marcado por una soledad palpable. Su silencioso empeño por conectar con Fergus es profundamente conmovedor, y Holm transmite una mezcla de esperanza y desesperación con una sutileza impresionante. Christopher Walken, por su parte, da una interpretación impredecible. Fergus es un personaje inherentemente ambiguo, y Walken lo personifica con una mezcla de arrogancia, desesperación y una chispa de vulnerabilidad que lo hace inquietantemente humano. La química entre ambos actores es fundamental para el éxito de la película, construyendo una relación de afecto y, al mismo tiempo, una extraña forma de comprensión.

El guion, adaptado de la novela de Graham Swift, es notablemente sutil. No hay grandes revelaciones ni giros dramáticos. La fuerza de la película reside en la exploración de las consecuencias emocionales del conflicto, en la idea de que incluso en medio del terrorismo, la bondad y la empatía pueden florecer. El desarrollo de la relación entre Thomas y Fergus no se justifica ni se explica completamente. Se sugiere, se insinúa, pero la película no ofrece respuestas fáciles. Esta ambigüedad es deliberada y contribuye a la complejidad moral de la historia. El final, particularmente, es impactante por su silencio y su falta de resolución, dejando al espectador con una sensación de incomodidad y reflexión.

Nota: 8.5/10