“Justino, un asesino de la tercera edad” es una propuesta cinematográfica intrigante, y a veces desconcertante, que se atreve a desafiar las convenciones del thriller y el cine de personajes. La película, dirigida con una pulcritud visual casi documental por Álvaro Sánchez, se centra en la peculiar historia de Justino (interpretado con una maestría sorprendente por Manuel Serrano), un hombre de setenta y tantos años que, tras una jubilación abrupta como puntillero en una plaza de toros, redescubre el gusto por la violencia, no como un mero impulso, sino como una forma de reintegrarse en una sociedad que le ha ignorado durante años. La película no se centra en la acción frenética, sino en la lenta y progresiva transformación de Justino, un personaje construido con una humanidad inquietante que se resiste a ser simplificado.
Sánchez logra crear una atmósfera particular, una especie de pesadilla realista donde lo grotesco y lo cotidiano se mezclan. El blanco y negro, con ocasionales toques de color, es una elección estética acertada que refuerza la sensación de irrealidad, de una historia que se desarrolla en un limbo entre la memoria y la fantasía. La dirección de fotografía es impecable, especialmente en las escenas que muestran la rutina de Justino, detalles que, al parecer insignificantes, revelan la soledad y el aislamiento del personaje.
Manuel Serrano ofrece una actuación monumental, capaz de transmitir la complejidad emocional de Justino sin caer en la exageración. Su mirada, llena de melancolía y un ligero toque de locura, es la clave para entender la motivación del personaje. Sin embargo, el guion, aunque sólido en su planteamiento inicial, se desaprovecha en algunos momentos, especialmente al final, donde la resolución resulta algo abrupta y, francamente, un poco decepcionante. El ritmo, a pesar del cuidado en la construcción de personajes y la atmósfera, podría haberse beneficiado de una mayor exploración de las consecuencias de las acciones de Justino, tanto a nivel personal como social.
La relación entre Justino y Sansoncito (interpretado por un jovial y efectivo Diego Calva) es uno de los puntos fuertes de la película. No se trata de una amistad convencional, sino de una conexión basada en la comprensión mutua de la soledad y la necesidad de pertenecer. La dinámica entre ambos es sutil y, a veces, hilarante, añadiendo una capa de complejidad al personaje de Justino. La película explora la idea de la redención a través de la violencia, aunque no ofrece respuestas fáciles. Pregunta sobre la moralidad, el perdón y la búsqueda de un propósito en la vejez.
En definitiva, “Justino, un asesino de la tercera edad” es una película que incomoda, que provoca reflexión y que, a pesar de algunas fallas en el desenlace, se mantiene como una propuesta original y memorable. Es una joya cinematográfica para aquellos que buscan cine que vaya más allá de los clichés del género y que ofrezca una visión poco común de la condición humana.
Nota: 7/10