“Kangaroo”, la película de John Duigan, es un ejercicio fascinante sobre la fragilidad de la paz y la brutalidad oculta bajo la superficie de la prosperidad. La película no se dedica a glorificar la Australia de la posguerra; en cambio, nos presenta un país en un estado de constante tensión, donde la promesa de un nuevo comienzo se disipa rápidamente en medio de una guerra social y política implícita. La trama, aunque sencilla en su premisa básica, se convierte en un nudo complejo que explora temas de lealtad, justicia, y la naturaleza corrupta del poder. La película se centra en el personaje de Bill Gibson (interpretado magistralmente por Colin Friels), un exsoldado británico atormentado por sus experiencias en la guerra y que busca refugio en Australia, solo para encontrarse arrastrado a una lucha desesperada entre sindicatos y facciones fascistas.
La dirección de Duigan es precisa y efectiva. Evita caer en clichés cinematográficos sobre la vida australiana, optando por un realismo crudo y, a veces, incómodo. La película se beneficia de una cinematografía notable, con encuadres que transmiten la tensión y el peligro que impregnan la atmósfera. La banda sonora, minimalista pero inquietante, contribuye a construir un ambiente de opresión y desconfianza. La película no busca espectacularidades; su fuerza reside en la intensidad de sus pequeños momentos y la palpable sensación de peligro que se cierne sobre los personajes. El uso del color, particularmente el naranja intenso de la puesta de sol australiana, simboliza tanto la promesa de un nuevo amanecer como la amenaza de la violencia.
Las actuaciones son sobresalientes en todos los niveles. Colin Friels ofrece una interpretación particularmente convincente como Bill Gibson, capturando la evolución del personaje desde un hombre pacífico y traumatizado hasta un individuo empoderado, aunque moralmente ambiguo. Judy Davis, como la esposa de Bill, proporciona una presencia sutil pero poderosa, representando la fragilidad de la familia en medio del caos. Hugh Keays-Byrne, en su papel de líder sindicalista, entrega una interpretación memorable, dotando al personaje de una ambigüedad moral que lo hace, paradójicamente, más atractivo que un villano convencional. La química entre los actores es notable, contribuyendo a la autenticidad de las relaciones conflictivas que se desarrollan en la película.
El guion, escrito por Duigan y John Hetherington, aunque a veces se adentra en elementos melodramáticos, logra mantener el interés del espectador gracias a su ritmo lento pero constante. La película explora la corrupción política y económica de la época con una honestidad que puede resultar perturbadora, pero también necesaria. El guion no simplifica las motivaciones de los personajes, permitiendo que el espectador interprete y juzgue por sí mismo las decisiones que toman. “Kangaroo” no ofrece respuestas fáciles, sino que plantea preguntas importantes sobre la justicia, la moralidad y el coste de la paz. Es una película que permanece en la mente mucho después de que los créditos finales han finalizado.
Nota: 7/10