Katyn (2007)

“Katyn” (2017), dirigida por Wojciech Smarzowski, no es un espectáculo grandilocuente ni una recreación histórica pulida. Más bien, es una inmersión brutal y perturbadora en el horror silencioso de la desaparición de miles de oficiales polacos a manos del régimen soviético. La película, basada en la veracidad de la investigación sobre el crimen de Katyn, se centra en un grupo reducido de hombres, aterrorizados por el futuro, atrapados en el sistema de detención de las instalaciones de Verienie, cerca de los bosques de Białowieża. El film evita la grandilocuencia propagandística, optando por una atmósfera de angustia y la incertidumbre existencial, lo que la convierte en una experiencia cinematográfica mucho más impactante.

Smazowski se abstiene deliberadamente de ofrecer respuestas fáciles o de dramatizar excesivamente el evento. La narrativa se desarrolla a través de los ojos de un oficial de la Oficina de Información y Agitación (UB), un agente del NKVD que, inexplicablemente, se muestra más interesado en observar la desintegración moral de sus cautivos que en imponer su voluntad. Este personaje, interpretado con una sutil frialdad por Jakub Błaszczyk, es el punto de partida para una exploración del impacto psicológico del terror, una investigación de la naturaleza humana en su estado más vulnerable. Su presencia, aunque crucial para la trama, es más un espejo que un antagonista, reflejando la complicidad pasiva de la sociedad frente al mal.

Las actuaciones son, en su conjunto, magníficas. Szczepán Skucha, como el oficial polaco Josef, captura con maestría el proceso de desmoronamiento de la esperanza y la gradual pérdida de la razón. La química entre los actores, especialmente entre los que interpretan a los cautivos, es palpable. No se busca la heroicidad o el sacrificio, sino la simple supervivencia, el anhelo por la vida y la desesperada búsqueda de un atisbo de dignidad en un entorno que despoja de todo. La fotografía, en su mayoría en blanco y negro, contribuye a la atmósfera opresiva y a la sensación de aislamiento. La dirección de fotografía es sutil pero eficaz, creando contrastes entre la luz natural y la oscuridad, representando la esperanza y la desesperación.

El guion, aunque aparentemente simple, es el elemento más fuerte de la película. No hay un conflicto central dramático, ni momentos de acción o violencia explícita. La tensión surge de la acumulación de pequeños detalles, de las conversaciones furtivas, de los gestos de desprecio, de la gradual erosión de la identidad. El ritmo pausado permite que la angustia se filtre en la conciencia del espectador, creando una experiencia emocionalmente resonante. La película se basa en la sugerencia, en lo no dicho, en la idea de que el verdadero horror reside en la indiferencia y el complicismo. “Katyn” es, en definitiva, una película sobre la pérdida de la humanidad, sobre el silencio que permite que el mal prospere, y sobre la importancia de recordar, a pesar de la dificultad y el dolor. No es un entretenimiento ligero, pero sí una obra cinematográfica profundamente conmovedora y relevante.

Nota: 8/10