Kelebekler (2018)

“Kelebekler” (Mariposas) no es simplemente una película sobre un funeral; es una profunda inmersión en el alma de una comunidad turca y, más importante aún, en los recovecos más íntimos de la familia. Dirigida con una sensibilidad exquisita por Atayülkü Ergüven (también conocido como Dreamer), la película logra construir una atmósfera de calma tensa que permea cada fotograma, anticipando la tormenta de revelaciones que está por venir. El director consigue, a pesar de la aparente lentitud del ritmo, mantener al espectador constantemente enganchado, no por la acción, sino por la poderosa observación de los personajes y sus interacciones.

La película se centra en un grupo heterogéneo de individuos unidos por un lazo que desconocían: el padre de todos ellos. Tuğçe Altuğ, Tolga Tekin, Bartu Küçükçağlayan y Serkan Keskin ofrecen interpretaciones convincentes, cada uno aportando una cualidad distinta a la dinámica familiar. No se trata de actuaciones grandilocuentes, sino de un trabajo sutil y revelador. Altuğ, en particular, personifica la vulnerabilidad y el arrepentimiento de una manera que te cala hondo. Las actuaciones están fundamentadas en la mirada, en el lenguaje corporal, en la dificultad de expresar lo no dicho. La complicidad que se establece entre los actores es palpable y fundamental para el éxito de la película.

Lo que realmente distingue a “Kelebekler” del género de drama familiar es la forma en que el guion explora temas como el secreto, la culpa y la redención. El guion, coescrito por Ergüven y el propio Altuğ, no ofrece respuestas fáciles. La película se deleita en la ambigüedad, permitiendo que el espectador interprete los hechos y deduzca sus propias conclusiones. La trama se revela gradualmente, como una serie de fragmentos de un rompecabezas, obligando al público a prestar atención a los detalles y a las miradas de los personajes. Este enfoque deliberado crea una experiencia cinematográfica mucho más rica y significativa que una simple narración lineal. La ausencia de diálogo directo, en muchos momentos, contribuye a generar un silencio cargado de significado, intensificando el impacto emocional de los eventos.

La dirección de fotografía, con una paleta de colores terrosos y una iluminación natural, evoca la belleza austera del paisaje rural turco, al tiempo que refleja la melancolía y el peso del pasado. La banda sonora, minimalista pero efectiva, complementa a la perfección la atmósfera contemplativa de la película. “Kelebekler” no es una película fácil de ver; exige paciencia y una mente abierta. Sin embargo, si se te permite sumergirte en su mundo, te recompensará con una experiencia cinematográfica inolvidable, una meditación sobre las complejidades de la familia y las cicatrices que dejamos en nuestro camino.

Nota: 8/10