“Kill Theory” no es una película que te deje sin aliento por su originalidad, sino que, en cambio, te atrapa con una tensa y perturbadora atmósfera que se va apoderando de ti poco a poco. Daniel Alterman, el director, ha logrado crear un espacio claustrofóbico, no necesariamente físico, sino psicológico, donde la casa, un lugar que debería ser un refugio, se convierte en una jaula de desesperación y paranoia. La fotografía de Justin Kenna es fundamental para este efecto; la luz tenue, los ángulos oblicuos, la utilización del color para enfatizar la creciente desesperación, todo contribuye a un ambiente que te cala los huesos.
El guion, coescrito por Alterman y Sarah Bast, se centra en la dinámica de un grupo de amigos que, aparentemente, tienen todo lo que se puede desear: éxito académico, amistades aparentemente sólidas y una casa de campo en las afueras. Pero la superficie oculta una fragilidad emocional que se revela con brutalidad cuando la llegada de un huésped inesperado pone en peligro a todos. La trama, aunque sencilla en su premisa básica, explota el miedo a lo desconocido y la vulnerabilidad humana con una eficiencia considerable. El ritmo, deliberadamente pausado, permite que la tensión se acumule, ya que no se basa en sustos baratos, sino en la incomodidad y la sensación de que algo terrible está a punto de suceder. A veces, el guion se pierde en descripciones excesivas de la dinámica del grupo, ralentizando el avance de la historia, pero generalmente, consigue mantener la sensación de peligro latente.
La fuerza de la película reside en las actuaciones. La química entre el elenco, liderado por los jóvenes protagonistas, es palpable. David Zellerman como Ben, el amigo con un pasado problemático, ofrece una interpretación particularmente convincente, transmitiendo tanto la vulnerabilidad como la potencial amenaza que representa. Pero es Maya Thorne quien realmente destaca como Anya, la víctima inicial y la catalizadora del horror. Su rostro, en los momentos previos al ataque, expresa una mezcla de inocencia y precariedad que conecta profundamente con el espectador. La película explora la idea de la culpabilidad, no solo por las acciones de la víctima, sino también por las silencios y las decisiones que llevaron a la situación. Las interpretaciones son honestas, sin caer en estereotipos de “héroe” o “villano”, lo que añade autenticidad a la narrativa.
Sin embargo, “Kill Theory” no es perfecta. El final, aunque impactante, puede resultar algo abrupto y carente de resolución, dejando algunas preguntas sin respuesta. También, la película juega bastante con la ambigüedad, lo cual puede ser frustrante para algunos espectadores. A pesar de estas pequeñas deficiencias, “Kill Theory” es una película inteligente, perturbadora y que invita a la reflexión sobre la naturaleza de la amistad, la violencia y la fragilidad de la vida. Es un thriller psicológico que se queda contigo mucho después de que terminen los créditos. Es una experiencia cinematográfica que te incomoda y te hace cuestionar los límites de lo que es aceptable y lo que está al borde de la perdición.
Nota: 7/10