Kinjite: Prohibido en Occidente (1989)

“Kinjite: Prohibido en Occidente” es un thriller psicológico de 1973 que, más allá de su intrigante premisa, se erige como una obra maestra inquietante y perturbadora, un espejo sombrío que refleja las complejidades de la moralidad y la corrupción en una sociedad aparentemente civilizada. La película, dirigida con maestría por Seijun Suzuki, no se limita a la trama del secuestro y la explotación sexual; sino que profundiza en la decadencia moral y la alienación que azotan a los personajes, creando una atmósfera opresiva y claustrofóbica que te atrapa desde el primer minuto.

La dirección de Suzuki es fundamental para el éxito de la película. Su estilo visual, a menudo considerado vanguardista para la época, se caracteriza por la utilización de primeros planos intensos, transiciones abruptas y una paleta de colores que oscila entre el amarillo enfermizo, el rojo sangre y el azul oscuro, reforzando la sensación de desesperación y desasosiego. No se rehúye a la incomodidad visual, utilizando ángulos de cámara inusuales y movimientos de cámara frenéticos para acompañar la creciente tensión narrativa. Suzuki no busca el espectáculo, sino la representación cruda y sin adornos de la realidad que se presenta ante él.

La actuación de Sonny Chiba como el frío y calculador ejecutivo, Kenzo, es absolutamente magistral. Su Kenzo no es simplemente un depredador; es un hombre consumido por el poder, la ambición y la falta de empatía. Chiba logra transmitir la frialdad glacial de su personaje con una mirada implacable y una entrega física que refleja su desprecio por los demás. En contraste, Masanobu Ishikawa como el policía, el sargento Takayama, ofrece una interpretación sutil pero poderosa. No es un héroe tradicional; es un hombre atormentado por su propia impotencia y la corrupción que lo rodea, luchando contra un sistema que le es tan familiar como propio.

El guion, adaptado de una novela de Kyūsaku Ryū, es el corazón de la película. La historia se desarrolla con una lentitud deliberada, construyendo la tensión gradualmente y dejando que la angustia de los personajes se filtre en la audiencia. Suzuki no se conforma con la mera recreación de la violencia; explora las consecuencias psicológicas del trauma, la pérdida de la inocencia y la deshumanización que resultan de la corrupción. La película plantea preguntas incómodas sobre el papel de la ley, la responsabilidad individual y la vulnerabilidad de la sociedad. La ambientación, una Tokio decadente y oscura en los años 70, contribuye enormemente a la sensación de opresión y desesperanza. Se evidencia una crítica social muy lúcida y, a pesar de su trama centrada en la explotación sexual, no se convierte en una mera excusa para la violencia gratuita.

“Kinjite: Prohibido en Occidente” es una película que perdura en la memoria, no por su espectacularidad, sino por su impacto emocional y su capacidad para generar reflexiones sobre la naturaleza humana. Es una experiencia cinematográfica intensa y perturbadora, un testamento del talento de Seijun Suzuki y una obra que merece ser vista y analizada por cualquier aficionado al cine de calidad.

Nota: 8.5/10